FNAC no me cae simpático. Gigante, impersonal, frío y masificado, me hurta el placer de la ceremonia de comprar un libro. No es que el librero típico me caiga especialmente bien, sino que respeto ciertos tipos de atrevimiento y locura, y la profesión de librero reúne esas características. Y es que FNAC tiene el escenario de un Carrefour cualquiera. Ni siquiera falta la maquinita de autopago. “Su libro, gracias”. Pero lo que más me molesta es encontrar allí justo el ejemplar que estaba buscando. Esa novela que no tienen en mi librería habitual, o esa colección en la que me gusta bucear para tocar, comparar, hojear y cotillear, pues sí, allí está, estropeándome la crítica al megastore.
Y allí estaba La estancia oscura, de Leonard Cline. La examiné (sólo me faltó olerla; me dio corte) y no me convenció. A su lado estaba una novela extraña, de un tal Adrian Ross, titulada El agujero del infierno. No había oído hablar de ella. En la contraportada estaba el gancho publicitario: las citas de Hodgson y Lovecraft. Piqué, y no me arrepiento.
Adrian Ross fue catedrático en Cambridge, y un buen día dejó de lado sus clases y los libretos de ópera que escribía para garabatear una historia de terror. Ese arrebato llamó mi atención, era como si el tipo hubiera estado poseído, hasta que dio a la prensa, en 1914, El agujero del infierno.
El argumento es bien sencillo, casi pensado para ser representando en un teatro. El relato es la confesión de un puritano inglés del siglo XVII, inmerso en la guerra civil que llevó a Cromwell al poder y a Carlos I al patíbulo. El marco es un ardid para introducirnos en un ambiente de estilo gótico, con personajes prototípicos pero seductores.
El agujero existe en medio de un cenagal, junto a un castillo, las ruinas de otro y los cuentos de vieja de lo que le ocurrió a su anterior ocupante. El monstruo es del tipo que luego pobló los relatos de Lovecraft, Hodgson o Howard: enorme, atemporal, implacable. El monstruo de El agujero del infierno se mueve por el agua, dejando un rastro de limo y un repugnante olor a salitre.
Ross, además, puebla su escenario con personajes curiosos: la italiana fea y bruja, el negro siervo e ignorante, el sueco robusto, el noble loco, el protagonista cuerdo y la chica, siempre la chica. Como es normal, Ross destila enormes dosis de sexismo y racismo propios de la época en la que escribe, tanto como de la que describe.
No se pasa miedo, pero sí inquietud. Y a pesar de que el final se ve venir -¿en qué novela no? Quizá en Las estrellas, mi destino-, es un libro que no se puede abandonar fácilmente. Me ha animado a seguir por el lado tenebroso de la literatura. Veremos.
A mí sí me gusta el Fnac, por la sencilla razón de que allí, por lo general, suelo encontrar todo lo que busco. Está claro que cuando entro en una librería, la que sea, lo último que haría sería pedir consejo al librero de turno (que vete tú a saber, ¡a lo mejor es igual que pedir consejo acerca de cine a un trabajador de los antiguos Blockbuster's! Jajaja), así que mientras haya material...
ResponderEliminarEn relación a la obrita que has reseñado, estoy de acuerdo con lo que dices. Para mí fue una sorpresa agradable. Previsible y con personajes estereotipados, pero con imágenes bastante poderosas, como todas aquellas que se desarrollan en los lodazales y por encima del Agujero. Y por supuesto, por apenas revelar detalles acerca de la entidad que habita en el Aguero, evitando cualquier aparición a lo "monstruo de la última pantalla", lo cual le aporta el suficiente cariz cósmico como para poder englobarse en el ciclo de los Mitos de Cthulhu.
Saludos.
La verdad es que a mí también me pareció que se podría englobar entre los precursores de los mitos. Parecía que en cualquier momento iba a salir del agujero un Primigenio.
ResponderEliminarSaludetes
Esta novela me pareció también bastante buena, y no defrauda.
ResponderEliminarPor cierto, dices que 'La estancia oscura' es de Arthur Machen, pero en realidad es de Leonard Cline.
Saludos!
Gracias, Oscar. No conocía goodreads. Voy a echar un vistazo.
ResponderEliminarSaludetes