Leí El Hobbit hace años, cuando me lo recomendó una chica
de la que luego no he vuelto a saber nada. Su desaparición no fue cosa de magia
precisamente, sino la vida misma. Las cosas siguieron su curso natural: nos
separamos y yo leí El señor de los anillos, que me acabó aburriendo. Sin
embargo, las películas de Peter Jackson me enamoraron. No sé cuántas veces las he visto,
además en su versión extendida. Y su banda sonora, de Howard Shore, la llevo a todas partes en mi móvil
porque nunca sé cuándo me va a apetecer escuchar sus ritmos profundos y
emotivos. Todo esto abocaba a leer de nuevo El Hobbit antes del estreno de la película. La
pregunta era qué me parecería después del tiempo pasado y las cosas vividas.
El esquema de la novela es sencillo: un protagonista común
sin habilidades especiales va madurando