El otro día compré un libro antiguo; viejo que diría alguno con
mucha razón. Salía del Pasadizo de San Ginés, en Madrid, abrazado a mi chica y
hablando de lo poco que me gusta Valle-Inclán. Nos paramos en la conocida librería
que da a la ahora peatonal calle Arenal. Libros a tres, seis, diez y más euros.
Eché un vistazo. Hacía una tarde maravillosa, de esas en las que parece posible
cualquier cosa. Los títulos de los ejemplares baratos eran graciosos,
entrañables y extraños, pasados de moda, propios de otros tiempos. Y allí
estaba: “Ciencia ficción, selección 21”, de la editorial Bruguera. El Libro
Amigo. 1976. Ja. La portada era como para esconderla. Al fondo se veía un
enorme casco, posiblemente de astronauta, y en primer plano gente ataviada con
túnicas, asustada, con los brazos en alto porque se les desprendía la cabeza.
De su cuello salían tres rayitas para dar la sensación de que se les separaba
violentamente. Lo compré, por supuesto. Tres euros. Dentro tiene una novela
completa de Jack Vance, El hombre sin
rostro, de 1971, y una de esas introducciones de Carlos Fabretti que te
hacen creer que el Che va a aparecer paseando por la Puerta del Sol de un
momento a otro.