Leer a Stanislaw Lem deja una sensación extraña: apetece
seguir leyendo, buscar libros que traten del hombre y de su esencia de una forma
distinta, pero aleja de otro tipo de ciencia-ficción, de aquella que cuenta trivialidades
pero en un contexto futurista. Y lo digo sinceramente: tras leer las Memorias de Ijon Tichy siento cierto
hastío hacía esas novelas sobre luchas espaciales y similares estereotipos, o
fantasías heroicas de magos, orcos y demás personajes copiados del universo
tolkeniano. En la selección de lecturas obedezco a mis prontos, a la voz
interior que me decide por un libro no planeado pero que me apetece en ese
momento. La elección de una novela la veo como entrar hambriento en una enorme
y repleta despensa, en la que se puede degustar cualquier cosa. Absoluta
libertad del instinto. A veces me equivoco, claro, y tomo un petardo, pero ese
es el precio y estoy dispuesto a pagarlo.
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martes, 22 de abril de 2014
domingo, 6 de abril de 2014
RAY BRADBURY - La feria de las tinieblas, 2002 (1962)
El
último año de mi vida estoy escuchando con frecuencia que nada sucede por
casualidad, sino por sincronicidad; es decir, y según Carl Gustav Jung, que dos
acontecimientos coinciden por su contenido, en una especie de azar creativo. Complicado,
¿verdad? Al final acaba siendo una cuestión de fe. El asunto es que decidí leer
La feria de las tinieblas (1962) de
Ray Bradbury por dos razones: lo bien que escribe, y que había me había hecho
el propósito de transitar las sendas literarias del misterio y el terror. Y es
aquí donde tiene cabida la sincronicidad. Veamos.
Bradbury
narra el cambio en la personalidad de un hombre maduro. Sí, ya sé que las
reseñas repetitivas hablan de La feria de
las tinieblas como el proceso de maduración de dos niños de trece años.
Pero eso sería demasiado fácil. Bradbury usa el contraste entre el deseo de los
críos por tener veinte años –edad que se figuran mágica-, con la madurez del
padre de uno de ellos, capaz de asimilar el paso natural del tiempo como una
bendición, no como una crueldad de la naturaleza. Este hombre pasa de ser un
silencioso y neutro bibliotecario, a un hombre que toma las riendas de su vida
con decisión, que se descubre como una persona que se sobrepone a las
dificultades, que encara la vida, donde los “y si hubiera…” que a todos se
pasan por la cabeza no son tan importantes, porque supone despreciar lo que
hemos hecho y lo que tenemos.