sábado, 18 de abril de 2009

PHILIP K. DICK - ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, 2002, (1968).


El libro dormía en uno de los anaqueles de mi casa desde hacía no sé cuánto tiempo. Había desistido de su lectura un par de veces porque la traducción de César Terrón me parecía infame. No era un capricho: este hombre era capaz de meter el elemento compositivo “-mente” cuatro veces en veinte palabras. Llegué a buscar ediciones con otra traducción. Incluso una vez -¡Oh, insensato!- me descubrí ojeando en la Cuesta Moyano un ejemplar en inglés. Superada la frustración, tomé el libro que tenía en casa y me lancé. De pronto todo se hizo pasable.

Mientras devoraba la obra me preguntaba: “¿Qué habría en la cabaña del sheriff?”. Porque Philip K. Dick se refugió en una casita de campo propiedad de un policía local durante dos años, 1962 y 1963, en los cuales escribió once relatos. Agorafóbico y paranoico, en aquella cabaña sólo estaba él. Dick se creó su propio mundo, siempre torturado, mostrándose a sí mismo, despreciándose, porque la drogadicción es una muestra de poco aprecio a lo que somos. Y así es ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?


El trasfondo de la obra es corriente en la CF: la superioridad de lo creado sobre el creador; en este caso, de los robots humanoides sobre el ser humano. Pero no se trata de una ventaja física o mental, que quizá es comprensible porque es lo que da sentido a su existencia; no, estoy hablando de una superioridad emocional. Las mejores cualidades del hombre están en ellos, desde el gusto por el arte y lo exquisito, hasta las emociones. Los androides de Dick –los famosos “replicantes”- son personas completas que viven en esclavitud, limitadas a una vida de cuatro o cinco años –como un electrodoméstico- pero que son hombres. Por eso los androides sueñan con ovejas eléctricas, para confundirse con el género humano por muy penoso que éste sea.

Como no podía ser de otra manera, el contrapunto es la insoportable condición humana, empujada por la rutina y el falso estatus social, en un mundo degradado en el que simplemente se sobrevive. Ese planeta destruido por la guerra y la radiación, donde sólo quedan los que no emigraron a Marte, está habitado por los que no pudieron o no quisieron marcharse. Son personas que necesitan un “órgano de ánimos”, un aparato útil para controlar las emociones, forzarlas y obtenerlas; algo equiparable a las drogas. Además, viven enganchados a Mercer, una especie de predicador con el que se comunican a través de una “caja de empatía”, un instrumento para socializar emociones.

Pero todo es una enorme mentira. Los androides creen que pueden vivir como humanos cuando en realidad son “tostadoras”, como diría el almirante Adama. El gobierno desvela a través del “Amigo Búster”, presentador del único canal de TV, que Mercer es un actor retirado, un impostor. Y los hombres compiten por poseer animales cibernéticos, los únicos que quedan, porque la posesión es la única muestra de categoría social que les queda una vez que se han desprendido de lo que les hacía humanos.

El tema de la novela es la empatía, sin duda, y en todas direcciones: la que generan los androides entre sí, la que acaba teniendo Rick Deckard –el protagonista- hacia ellos gracias a que los conoce e intima con Rachael Rosen –una “replicante”-, la del mercerismo, y la que intenta provocar Dick en el lector para que se identifique con los androides –evidente cuando dice que eran lectores de CF clásica-.

El libro es distinto a la película de Ridley Scott, Blade Runner. Parece ser que Dick colaboró con Scott en el screenplay, pero se podría decir que es la misma historia vista desde dos ángulos distintos. La obra de Scott está más centrada en los “replicantes” y en su deseo de vivir, y la de Dick en la naturaleza emocional del hombre, y, por tanto, en Rick Deckard. La diferencia puede estar en el autor. Los intereses de Scott son otros, mientras que el mundo de Dick -aquella cabaña del sheriff- está muy presente. La paranoia y la adicción a las drogas se reflejan en la inestabilidad emocional tanto como en el control de lo humano que envuelve esta apasionante y triste novela.

2 comentarios:

  1. A mi me agrado bastante, fue el primer libro de ciencia ficción que leía y gusto.
    Me agrado tu reseña bastante completa y no había considerado lo de el aparato de simpatía como una metáfora a la adicción a las drogas, me parece interesante el dato.

    Saludos y te invito a que visites mi blog, tengo algunas reseñas y comentarios de algunos libros.
    http://comentariosdenovelas.blogspot.com/

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  2. Gracias. He visitado tu blog. Está muy bien. Tenemos muchas cosas afines. Me he apuntado como seguidor. Continuaremos en contacto.
    Saludetes

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