Una tarde de agosto fui con mi hijo al centro de Madrid, a la
Plaza del Dos de Mayo. Hay un par de librerías de viejo por la zona que merecen la pena, a pesar de que el barrio es sucio e incómodo. El olor a orina que aquel día inundaba todo era disuasorio. Las calles pequeñas, de aceras estrechas, salpicadas de contenedores y bolsas de basura, con portales oscuros y tiendas
frikis pueden parecerle sugerentes a alguien almodovariano, a mí no. Pero la literatura tira, y tira mucho, y vence, y acabo siempre yendo.
La verdad es que la librería donde encontré
Estación de tránsito estaba muy cuidada; no era especialmente bonita, pero sí luminosa. En su interior había un individuo peinado con cortinilla, acurrucado en un butacón enano, ojeando una revista. El tipo era como aquel personaje de la novela de
Jardiel Poncela: “Había cien lámparas en el local: una en el techo, y noventa y nueve en la camisa del camarero”. Por suerte no se trataba del librero, que resultó ser un chico amable y sincero. Me soltó eso tan frecuente últimamente de “Tengo muy poco de ciencia ficción”. Se hizo un silencio y de pronto entraron otros dos chicos con bastante pluma cantando “Cumpleaños feliz”. Sonreí. Por cierto: me llevé un par de libros, uno de ellos el de Simak.
El principio de
Estación de tránsito me ha recordado el estilo de
Stephen King, a esos relatos que empiezan siendo una confesión y sitúan la acción en una granja de la América profunda. Y es alentador, prometedor, halagüeño, pero la tensión inicial se diluye en una narración repleta de una forzada añoranza. La novela toca temas corrientes de la CF, como la inmortalidad, la soledad y el concepto de normalidad, que Simak ciertamente aborda con mucha destreza. El protagonista está muy bien construido, es comprensible y por tanto predecible; tiene coherencia en definitiva, y quizá sea esto lo más logrado desde un punto de vista literario. El entorno en el que se mueve el protagonista es el idóneo: aislado, en un pueblo miedoso y supersticioso que recuerda a
Washington Irving y a
Lovecraft. Además, el hombre es espiado durante años por la CIA, pero de una manera –agazapados entre los matorrales- que resulta un tanto ridícula. Su secreto es que es el guardián de una puerta estelar, la estación, por la que pasan viajeros alienígenas, unos viajeros de los que aprende. Y aquí está la clave de la novela.
Enoch, que así se llama el protagonista, se da cuenta de que la Humanidad está poco civilizada. Simak distingue entre
cultura y
civilización, en el sentido de que la primera es lo que entendemos por “productos culturales”, y la segunda es la mentalidad humanamente positiva generada por la cultura. Es entonces cuando Estación de tránsito se presenta como la historia de un visionario: la Humanidad está atrasada, no está capacitada para llegar al grado de evolución espiritual que posee Enoch. No estamos civilizados y por tanto no podemos equipararnos a otras especies del cosmos ni relacionarnos con ellas. En esta obra de Simak hay un evidente
gnosticismo, con ciertos toques de filosofía oriental, cuando insiste en la existencia de una fuerza espiritual en el Universo cambiante. Por supuesto, todo lo terrestre es inferior. Llega a decir: “él seguía siendo un hombre de la Tierra, sujeto a todos los prejuicios, las manías, los tabús (sic.) (¡Joé, que traducción!) del espíritu humano”. La solución es la integración consciente con el Universo, basada en la espiritualidad.
El
final de la novela (que no voy a contar, tranquilos) es predecible desde la mitad del relato. Aún así, y como he escrito otras veces, se trata de un libro que hay que leer, que sí, que se pasa un buen rato, y le permite a uno pensar a pesar de lo ñoño de algunos planteamientos.
Muy buena interpretación del contenido de la novela. Yo la he releído varias veces y guardo un grato recuerdo de ella. ¿Crees que hay un toque hippy en esa sensación de paz y amor qque transmite hacia el final?
ResponderEliminarUn abrazo, José Joaquín.
Gracias, José Joaquín.
ResponderEliminarSí, la obra pertenece a la new wave en el tratamiento de los personajes y en la moralina de fondo. ¿No te parece que hay una vuelta a esa mentalidad en la literatura, y en la visión del mundo en general?
Un abrazo.