Hace muchos años tuve un amigo que quería ser escritor. Otro, sí. Aquel tipo atesoraba la idea de que todo literato que se preciara debía ser también un personaje. No valía con escribir bien, sino que era preciso transitar por la vida tal que individuo aventurero y bohemio. El personaje que se construyó se presentaba endurecido en la embriaguez, putero, rascador de guitarra, revolucionario de Mahou en ristre, noctámbulo a lo pobre y fecundador de incautas. Le perdí la pista hace años. No he tenido noticias de que escribiera algo. Creo que se quedó en personaje. De todas formas, aquel chico no se equivocaba en que hay buenos escritores que son también personajes. Cormac McCarthy es uno de estos, quizá un poco impostado hoy por la editorial, pero hubiera dado igual porque La carretera es una de las más absorbentes y directas novelas que he leído jamás.
Quizá alguno pueda pensar que si McArthy no hubiera vivido la pobreza no habrían sido posibles las magníficas descripciones de la trapera vida que llevan el padre y el hijo de La carretera. Es posible, pero esto no significa que haya que vivir en la calle, empujando un carro del supermercado lleno de comida rancia, utensilios que nadie quiere y ropa recogida en la beneficencia.
El escenario que aparece en la novela es el que hemos visto o leído en numerosas películas, relatos o cómics: la Tierra tras el Apocalipsis, cuya causa en esta ocasión es la acción del hombre, aunque no se explica el cómo, quizá porque sea lo de menos o porque hubiera desviado el centro de atención del lector. El paisaje que corta la carretera es el de la más pura devastación, la naturaleza apagada, el color gris presidiéndolo todo, las peores pasiones humanas completamente desatadas, y muertos, muerte y moribundos. No falta detalle alguno: la violencia y la búsqueda desesperada de alimentos, incluyendo la antropofagia. Todo lo ha preparado minuciosamente McArthy para colocar a través del simbolismo una historia religiosa.
El niño simboliza los valores y principios que dignifican al hombre. El entorno contrasta con la personalidad del niño, que repudia el robo y el asesinato, incluso en los momentos más críticos, y no soporta el dolor ajeno. El pensamiento y el comportamiento del niño están guiados por la solidaridad y la piedad a pesar del mal que le rodea, un contraste que le hace caer en la tristeza y el silencio. Todos estos valores que guarda son “el fuego”, que McArthy cuida de sacar siempre en el momento oportuno. Pero no es un “fuego” cualquiera, sino que tiene un claro vínculo religioso: el fuego es Dios, que es como se simboliza a Jehová en el Antiguo Testamento. El niño, por tanto, es portador de los principios cristianos, casi como los Diez Mandamientos –no robarás, no matarás, etc.- y por eso es la esperanza para devolver al hombre su dignidad. McArthy es cristiano, de familia católica, que hizo sus primeros estudios en un colegio católico, y concluye que sin esos principios no hay hombre, claro, ni civilización. La misión del padre es llevar a su hijo con “los buenos”, para que su presencia ayude a la reconstrucción.
Hay quien se disgusta porque McArthy no explica cómo se produjo la destrucción del planeta, otros se lamentan porque tiene un “happy end” –opinión sorprendente si se lee el final: un niño que ve morir a su padre, en un entorno absolutamente desolado, rodeado de asesinos, ladrones y caníbales, que no tiene más remedio que irse con un hombre tuerto cuya pequeña familia vive aislada-, e incluso hay quien tiene una desazón tiquismiquis porque los diálogos no tienen guiones. Esto me recuerda la película de Mel Gibson, Señales, que hay quién la reseña como la historia de una invasión alienígena, cuando en realidad se trata de la historia de un sacerdote que ha perdido la fe por algo tan cotidiano y complejo como es la muerte de la esposa, y cuyo ruido de fondo es una torpe aparición de extraterrestres.
La carretera, en definitiva, es una breve obra maestra que introduce con habilidad dos tópicos de la literatura: el individuo, y los principios y valores de la civilización.
Buena reseña, aunque no estoy seguro de que me apetezca leer el libro. La película me pareció enormemente deprimente -si, ya se que esa era la intención-, sin un momento de respiro y a la que se veía venir el final al cabo de diez minutos de metraje. No se, es de esas pelis que no me quedaron ganas de volver a ver. No digo que no soporte los dramas, pero este me pareció realmente pasado de rosca. Eso sin contar con que el futuro que plantea me parece poco creíble -sí, ya se que no era ese el objetivo de la película-.
ResponderEliminarEl libro lo ví un poco "light". A ver, me explico; me suena de decenas de otras cosas ya leídas, ya vistas. En Faebbok discutimos sobre ellos; tal vez los menos aficionados a la literatura fantástica lo vean más "novedoso", mientras los que a los que han leído ya mucha novela "de género" les resultará "redundante".
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