Clarke no es uno de mis escritores favoritos. Posiblemente su corrección científica sea encomiable, no lo dudo, pero sus dotes literarias son menores. Le falta tensión narrativa y los personajes carecen de profundidad. Sus relatos son fríos, descriptivos, como si fueran documentales de la BBC: impecables, pero carentes de chispa. Así es El centinela, el cuento corto que constituye el origen de una de las historias más famosas de la ciencia ficción: 2001: una odisea del espacio.
La historia es sencilla. Un hombre de una base lunar descubre algo que brilla en una de las montañas lunares. Un día decide emprender una excursión con un amigo. El ascenso es complicado, y cuando culmina la cumbre encuentra una pirámide
–no es una tableta metálica como en la película de Kubrick-. El protagonista infiere que la pirámide es un centinela de otra civilización, instalado en la Luna esperando que hubiera vida inteligente en el planeta con más probabilidades de la galaxia: la Tierra. El Hombre habría demostrado al descubrir la pirámide que ha llegado a un grado de civilización suficiente. Esta circunstancia habría hecho sonar una alarma en el planeta alienígena que instaló el centinela.
Clarke termina diciendo que esos aliens estarían ya viniendo hacia la Tierra. La conclusión encaja perfectamente con la moda de los flying saucers de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX; una moda que se ha podido comprobar en agosto de 2010 con la desclasificación de los papeles que el Estado británico hizo guardar desde los años del gobierno de Churchill, sobre supuestos platillos volantes provenientes de civilizaciones alienígenas que vienen a la Tierra a echar un vistazo.
A este tópico podemos unir otro. El que “el centinela” sea una pirámide enlazaba con el misterio de las pirámides en América, Egipto y Asia que ya despuntaba a finales de la década de 1950, y que llegó hasta los noventa resucitada por la película Stargate e incluso con la titulada Alien vs. Predator. La idea es muy conocida: una raza alienígena llegó al planeta en los albores de la Humanidad, fueron vistos como dioses, y su presencia permite construir respuestas alternativas a preguntas que la arqueología y la antropología han ido contestando.
Resumiendo: es un relato corto, reescrito varias veces, que intenta transmitir la fascinación por la astrofísica y el vértigo ante la posibilidad de la existencia de una civilización superior a la nuestra. Clarke utiliza el mismo recurso en Cita con Rama y El fin de la infancia, y lo repite en la versión novelada de 2001: una odisea del espacio. De esta manera, Clarke cumple el tópico del escritor que escribe una y otra vez la misma novela.
A diferencia de otros relatos cortos, como el de Llamadme Joe que ya comenté, El centinela no deja huella. Sólo es recomendable para muy curiosos o fans incondicionales de Clarke.
??? Pues de nada.
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