Saqué el libro con cariño. Soplé el lomo para quitar la capa de polvo y lo abrí. Dentro había un billete de metro fechado en 1985. Tenía entonces diecisiete años; unos meses después cambiaría mi vida para siempre. En aquellos días de instituto ese libro de Čapek no me gustó. Era la segunda vez que intentaba leerlo. Pertenecía a la misma estupenda colección que La guerra de los mundos: el Club Joven, de Bruguera. El libro no era lo que yo esperaba, por lo que no debía ser el momento para leerlo –creo firmemente que cada obra encaja en nuestra vida justo cuando es su momento-. Recuerdo ir leyéndolo en el metro, en la línea 2 ó 3, agarrado a una de esas barras blancas que cruzaban el cielo del vagón, siempre húmedas, con mi pulgar violentando el libro, apretando para evitar que las hojas se despidieran y que el traqueteo del tren no obligara a las letras a bailar en exceso. Sí, lo recuerdo, y entonces no me gustó.
En aquellos días cobré gran fascinación por los autores checos. Me duró un par de años. Leí a Kafka demasiado seguido. Ahora no puedo distinguir El castillo de K, ni éstas de El Proceso. Quizá tampoco tenga mucha importancia. También me sumergí en La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera, y salvo el sexo y los tanques no recuerdo gran cosa. Pero esto lo achaco a la edad; a la que tenía entonces, claro. Con su Mayo parisino, las fotos del Che, la sexualidad sencilla, la vuelta a la naturaleza, el rechazo de toda autoridad y toda norma, los disfraces de revolucionario, las drogas, el dinero de papuchi, las comunas efímeras y el citröen Dos Caballos esa generación del 68 prolongaba la adolescencia irresponsable, sin deberes ni compromisos, y aprovechaba todos los derechos de la sociedad que rechazaban ¿y a quién no le gusta esto?
Porque no sólo estaban París y su barrio latino, la gauche divine y la boheme, sino que también se había rebelado gente al otro lado del Muro: los checos. Había que ir a Praga, y recorrer sus avenidas. Leí un ensayo de Teresa Pàmies sobre la capital checoslovaca, una exiliada comunista en aquel país. Era un recorrido por la historia de la ciudad, sus calles y edificios, pero sobre todo se trataba de la memoria de una soviética empeñada en trasmitir su mensaje sobre lo que sería la civilización única del futuro. A los cuatro meses de terminar la lectura de la obra de Pàmies, los alemanes derribaban el Muro de Berlín.
En esos años de fascinación por lo checo que me llevaron a visitar no sólo Praga, sino la zona de Liberec y Jablonec, el que más me gustó fue Jaroslav Hâsek y Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, aquel ácrata caradura, bebedor, fornicador y sinvergüenza. ¿Cómo no me iba a impactar a esa edad un personaje de esa calaña? Asimilé las vivencias y la personalidad de Schwejk como si fueran propias. Recuerdo que sí encontré allí referencias callejeras y culturales a Kafka y Hâsek, no en vano este último había sido un redomado comunista, a pesar de que fundara en sus años mozos un partido llamado jocosamente “Partido del Lento Progreso Dentro de los Límites de la Ley”.
Esos dos autores sí, pero lo de Čapek era imposible. Un hombre que se había burlado de los totalitarismos, enfrentándose a los nazis cuando éstos pactaban con los soviéticos la invasión de Finlandia y Polonia; en definitiva, un luchador por la democracia, era lógico que faltara en las “librerías” checas. No obstante, he de reconocer que cuando leí La guerra de las salamandras no vi nada de eso. Me derrotó en el metro y lo dejé pendiente. Se convirtió en una de esas lecturas que se posponen para algún día. Y lo hice. Cumplí. Descubrí entonces todo lo que el tono irónico de Čapek escondía. Pero ya he escrito sobre esto. Hice una reseña para Libertad Digital. Este es el link.
http://libros.libertaddigital.com/salamandras-fascistas-1276236787.html
Saludos, Jorge!
ResponderEliminarEste libro me lo compré hace un par de meses en la reciente edición de Gigamesh (que es cierto, vaya tamaño minúsculo de letra que usan, los jodíos), y pese a que le tengo unas ganas tremendas, todavía lo tengo en la ya bastante rande lista de espera...
Por eso creo que de momento me reservo la reseña que citas para el momento en que lo haya leído.
Por cierto, Jorge, permíteme que te plantée la siguiente duda en este post, aprovechando que va sobre otro relato de invasiones: leí hace un par de semanas tu reseña sobre 'La Guerra de los Mundos' de Wells, y me sorprendió bastante que negaras cualquier posible lectura de crítica sociopolítica. ¿Seguro? Siempre he pensado que al poner a su nación en el papel de una civilización colonizada y porculada, estaba dando una especie de "lección" al orgullo colonial victoriano...
Un saludo.
Bienvenido, Guillermo. Fíjate que soy muy puntilloso con cualquier cosa política, pero esta obra de Wells me parece muy victoriana e incluso patriótica. El ejército sale muy bien parado en el libro -sacrificio, entrega,...-, y la sociedad y el gobierno se recomponen sin problema y sin cambios después de la muerte de los marcianos tragones. Wells era un rojillo de salón, de soirée, más aburguesado que burgués, y contentísimo de ser británico. Piensa que escribe para un pueblo, el inglés, que sin distinción está muy orgulloso de su posición en el mundo y de su Imperio. Y escribía por la pasta, así que...
ResponderEliminarEn cuanto a la letra minúscula de Gigamesh, la he probado con "Las estrellas, mi destino", que si no fuera un libro acojonante era para presentar una querella criminal.
Saludos,
J
Aún no he podido con él; lo tengo desde hará unos tres años, y tras un primer intento lo dejé; espero en breve retoamrlo.
ResponderEliminarEn cuanto al tamño de letra, yo el libro que tengo de Gigamesh "bolsillo" es Snow Crash, y aún no me he atrevido con él. Será cuestión de empezar, ahora que la vista aún no me falla.
Hola, Javi. Yo tampoco he podido con algún libro, pero creo que cada obra tiene su momento. Quizá no era todavía el tuyo para éste.
ResponderEliminarNos leemos.
Un abrazo
Es extraño pero veo que hemos estado leyendo las mismas obras. 2012 me encuentro un poco más de la mitad y es una basura, pero LA GUERRA DE LAS SALAMANDRAS es indudablemente una estupenda novela. Yo la leí cuando tenía como 15 años e igual me encantó. Es realmente una obra de ciencia ficción en tanto su interesante especulación y crítica, tanto política como social.
ResponderEliminarEn lo que mencionan de Wells, es un hecho que si había una crítica política en LA GUERRA DE LOS MUNDOS, pero por supuesto, y tu tienes razón, el socialismo de Wells se adivina socialismo de cafecito y manteles blancos.
Hola, Gabriel, bienvenido.
ResponderEliminarGracias por tu comentario.
Creo que todos hemos leído o intentado leer "La guerra de las salamandras" más o menos en la adolescencia, cuando en realidad no se trata de una novela infantil o juvenil. Es imposible comprenderla del todo a esa edad. Quizá el colocarla entre la literatura adolescente se deba a cómo se trata el género de la CF.
En cuanto a Wells, el hecho determinante de si "La guerra de los mundos" tiene una crítica política -que yo creo que es crítica social más que otra cosa- es leerla sin pensar que es de Wells; es decir, sin estar condicionado por la trayectoria vital ni por la ideología del autor. Lo mismo se puede hacer con la obra de Heinlein, por ejemplo. Es un buen ejercicio. Se trata de eliminar prejuicios para acercarnos mejor a la literatura (y a la vida).
Saludetes,
J.