Hay escritores, cineastas, actores o artistas
en general, que son encumbrados por cosas ajenas a su trabajo, como es una
declaración política a favor de la solidaridad mundial, o el fin del hambre en
el mundo, o contra el cambio climático; otros son denostados por sus ideas, y
sus obras quedan marginadas con independencia de su calidad. Aún así, siempre
hay alguien que las lee o ve, a veces muchos; incluso existe quien las estudia,
las analiza y señala su valor. Es el caso de Agustín de Foxá.
Foxá dijo de sí mismo: “Soy aristócrata, soy conde, soy
rico, soy embajador, soy gordo, y todavía me preguntan por qué soy de derechas.
¿Pues qué coños puedo ser?”. Además, fue falangista, borrachín, irónico e
inseguro; sí, pero sobre todo fue un escritor formidable.