Fui a La Casa del
Libro (una librería) buscando algo distinto, una novela que no me pareciera
la enémisa historia sobre lo mismo, ese constante y molesto déjà vu. La sección dedicada al género
de Terror era minúscula, apenas un par de baldas. Stephen King, Bram Stoker,
Poe,…en fin. ¿Y algo nuevo, please?
Abajo, casi en el suelo, un cartelito que rezaba algo como: “El rincón zombi”.
Cogí un ejemplar titulado “Septiembre zombie”, de David Mood, con la siguiente
sinopsis, más o menos: “Una epidemia termina con el mundo tal y como lo
conocemos. Un puñado de supervivientes lucha en una ciudad llena de peligros”.
Qué pereza. Otro, que no recuerdo el título: “En un solo día el 99% de la
población es zombi. Los que aún quedan con vida han de enfrentarse a amenazas…etc.,
etc., etc.”. Sueño mortal. En consecuencia, y como suelo decir: en caso de
dudas o vacío hay que acudir a un clásico. Así leí “Herbert West, reanimador”,
de H. P. Lovecraft. Tremendo. Por cierto, nada que ver con la película.
domingo, 19 de octubre de 2014
domingo, 21 de septiembre de 2014
LEIGH BRACKETT - Terror en el espacio (1944)
Venus, Marte y
Júpiter son los tres planetas de nuestro sistema solar que han alimentado la
imaginación de los escritores. Poul Anderson con Llamadme Joe (1957) y Clarke con
2001. Una odisea del espacio (1968) dieron vida a Júpiter. Marte, desde H. G.
Wells con La guerra de los mundos (1898), pasando por Fredric Brown y Marcianos go home (1955) al Marte rojo (1992) de Kim Stanley Robinson. Leigh
Brackett ha construido sus historias en torno a Marte y a Venus, dos planetas
que recrea al estilo de Edgar Rice Bourroughs y su John Carter; es decir, medievales,
románticos y repletos de seres fantásticos. Terror en el espacio (Terror out of
space, 1944) se publicó en Planet Stories, como el resto de historias de
Brackett dedicadas a Venus menos The Moon
that vanished (1948). En España se incluyó en la antología El planeta oculto (Edhasa, 1964).
La novelita
empieza bien. Parece sacada de Alien, el
octavo pasajero. Una nave transporta una caja que contiene un
"monstruo" proveniente de una nube espacial que ha llegado a Venus.
El lector no sabe qué es. El caso es que el monstruo vuelve locos a los
hombres, no a las mujeres, y provoca el suicidio. De los tres tripulantes, uno
ha caído bajo sus redes y está atado a su cama.
domingo, 7 de septiembre de 2014
H. G. WELLS - El nuevo acelerador, y otros relatos (1998)
Lo malo de las ediciones baratas es que solo cuidan las
formas, pero fallan estrepitosamente en el contenido. El producto –el libro- es
tratado con indiferencia, como si diera igual con tal de tenerlo “empaquetado”.
A estas alturas de mi vida quiero que un clásico tenga un buen y breve estudio
preliminar, con notas del editor para explicar detalles, amén de una traducción
decente. Ha coincidido que he leído al azar algunos artículos de Julio Camba recogidos
en La rana viajera” y Un año en el otro mundo, de la Colección Austral.
Deliciosos, pero no indicaba la fecha ni el periódico, con lo que el texto
perdía sentido. Esto le ocurre al libro titulado El nuevo acelerador, de H.
G. Wells, que publicó el diario El Mundo en su colección “Las novelas del
verano”, allá por 1998. Ni un miserable prólogo –claro que leí el Lucía Etxebarría a “Un
mundo feliz”, de Aldous Huxley, y casi es peor-, ni una nota de pie de página
que indique el año de la edición de cada cuento.
Al buscar cada narración de Wells por internet, claro, vi
que la BBC 4 había seriado esos cuentos. Qué maravilla. Igualito que aquí, donde hablar de libros en
los medios, incluida la red de redes, es cosa de “frikis”. No hay más que poner
en el buscador “blogs de literatura”, y echarse a temblar.
sábado, 23 de agosto de 2014
ARTHUR C. CLARKE - 2001. Una odisea del espacio (1968)
La habitación de mi tío Santi era
mágica. Estaba decorada en plan moderno. Moqueta azul oscuro, focos de colores,
un equipo de música que entonces parecía impresionante, una colección infinita
de discos, y libros llenos de misterios. Recuerdo uno en especial que relataba
la vida del Curupira, un monstruo selvático que meaba ácido a treinta metros,
y que tenía los pies al revés para confundir a sus víctimas. También estaba
“Canción de navidad”, de Dickens, los misterios de Alfred Hitchcock, libros de
viajes, y tantos otros que hojeaba en aquellas largas tardes de mi niñez.
Arriba, en un estante sobre la cama, descansaban sus casetes. Los había
originales, claro, pero otros que confeccionaba él, y cuya portada ilustraba magníficamente
porque siempre fue un gran pintor y dibujante. Entre ellos estaba “Así habló
Zarathustra”. “¿Y esto, tío?”. “Es la música de la película 2001. Una odisea del espacio”. Yo era un
niño y prefería La guerra de las galaxias,
o Alien, el octavo pasajero, y a John
Williams antes que a los Strauss.
No recuerdo la primera vez que vi
la película, pero sí que me dejó frío. Yo estaba en otra cosa; en espadas
láser, naves interestelares, razas espaciales,…qué sé yo. Y el que diga que
prefería la cinta de Kubrick y Clarke a toda esa space opera es que no fue niño, o es un mentiroso.
lunes, 21 de julio de 2014
TERRY PRATCHETT y NEIL GAIMAN - Buenos presagios (1990)
Paseábamos entre libros. Nos envolvía esa sensación de
ansiedad y miedo que solo se tiene cuando se está descubriendo un amor. Tomaba
un libro cualquiera entre mis manos y lo hojeaba con aparente interés, pero en
realidad estudiaba sus movimientos, sus gestos. “Mira éste”, me decía mientras
me acercaba uno. “Ah, muy interesante”, y deslizaba mis dedos entre los suyos.
Y de nuevo a deambular entre los estantes de La Casa del libro, como si se
tratara de una danza, sin perderla de vista. Bajé la mirada y ahí estaba, no
ella, sino Buenos presagios. ¡Vaya
título! Era una señal; estaba seguro. ¿Por qué no? Si hubiera sido “Mejor,
pírate”…pero no. Dos palabras que parecían decir que esa chica de pelo castaño
y lacio, sonrisa deslumbrante y ojos profundos, era “ella”. Lo compré,
lógicamente, y leí las cien primeras páginas casi de un tirón. Luego la vida me
golpeó y tuve que guardarlo en un cajón para mejor ocasión. Ese momento llegó
poco después. El libro no podía quedar inconcluso. Leí a trompicones, robando
minutos a todo porque me lo había tomado como una cuestión personal, como un
triángulo absurdo entre el título, la chica y yo. Lo terminé. He aquí el
resultado.
martes, 22 de abril de 2014
STANISLAW LEM - Diario de las estrellas. Memorias (1971)
Leer a Stanislaw Lem deja una sensación extraña: apetece
seguir leyendo, buscar libros que traten del hombre y de su esencia de una forma
distinta, pero aleja de otro tipo de ciencia-ficción, de aquella que cuenta trivialidades
pero en un contexto futurista. Y lo digo sinceramente: tras leer las Memorias de Ijon Tichy siento cierto
hastío hacía esas novelas sobre luchas espaciales y similares estereotipos, o
fantasías heroicas de magos, orcos y demás personajes copiados del universo
tolkeniano. En la selección de lecturas obedezco a mis prontos, a la voz
interior que me decide por un libro no planeado pero que me apetece en ese
momento. La elección de una novela la veo como entrar hambriento en una enorme
y repleta despensa, en la que se puede degustar cualquier cosa. Absoluta
libertad del instinto. A veces me equivoco, claro, y tomo un petardo, pero ese
es el precio y estoy dispuesto a pagarlo.
domingo, 6 de abril de 2014
RAY BRADBURY - La feria de las tinieblas, 2002 (1962)
El
último año de mi vida estoy escuchando con frecuencia que nada sucede por
casualidad, sino por sincronicidad; es decir, y según Carl Gustav Jung, que dos
acontecimientos coinciden por su contenido, en una especie de azar creativo. Complicado,
¿verdad? Al final acaba siendo una cuestión de fe. El asunto es que decidí leer
La feria de las tinieblas (1962) de
Ray Bradbury por dos razones: lo bien que escribe, y que había me había hecho
el propósito de transitar las sendas literarias del misterio y el terror. Y es
aquí donde tiene cabida la sincronicidad. Veamos.
Bradbury
narra el cambio en la personalidad de un hombre maduro. Sí, ya sé que las
reseñas repetitivas hablan de La feria de
las tinieblas como el proceso de maduración de dos niños de trece años.
Pero eso sería demasiado fácil. Bradbury usa el contraste entre el deseo de los
críos por tener veinte años –edad que se figuran mágica-, con la madurez del
padre de uno de ellos, capaz de asimilar el paso natural del tiempo como una
bendición, no como una crueldad de la naturaleza. Este hombre pasa de ser un
silencioso y neutro bibliotecario, a un hombre que toma las riendas de su vida
con decisión, que se descubre como una persona que se sobrepone a las
dificultades, que encara la vida, donde los “y si hubiera…” que a todos se
pasan por la cabeza no son tan importantes, porque supone despreciar lo que
hemos hecho y lo que tenemos.
sábado, 22 de febrero de 2014
QUINTO ANIVERSARIO DE IMPERIO FUTURA
Tal día como ayer, subí la primera entrada de mi blog de ciencia-ficción. Lo títulé IMPERIO FUTURA en un extraño homenaje a Star Wars e Isaac Asimov. La historia de Anakin Skywalker, el sólido Darth Vader, siempre me cautivó: era la vida truncada de un tipo que quiso hacer cosas buenas, llevar la paz y hacer justicia, pero que la mentira y la mala conciencia, el desorden psicológico provocado por el sufrimiento, y la dirección equivocada de sus habilidades, le provocaron tristeza y dolor. Pero al final, el bien, el amor a su hijo, le granjeaba el muy particular "cielo" de Star Wars. El otro personaje de la saga que me molaba era Han Solo. ¿Cómo no identificarse con el aventurero de buen corazón? Mil vidas por vivir, y todas al alcance de la mano. Otra cosa era Isaac Asimov y la saga de La Fundación. Era la ciencia-ficción madura, coherente, pensada para reflexionar, pero sin dejar de lado el entretenimiento ni la ensoñación.
Decidí empezar por Soy leyenda, de Richard Matheson, y luego vinieron Bradbury y Crónicas Marcianas, Jack London y La plaga escarlata; H. G. Wells y La guerra de los mundos; Heinlein y sus Tropas del Espacio, y tantos otros. Nunca me preocupé mucho por el número de visitas. Algún mes se inflaron artificialmente por obra y gracia de un página. En otras ocasiones, fue el "éxito" de alguna entrada, como la de Leigh Brackett y La espada de Rhianon, un libro que me maravilló.
Luego vinieron las obras de horror cósmico, con Lovecraft, cuyas entradas son las más visitadas del blog. A esto siguieron algunos libros de terror como los de Poe y Las aventuras de Arthur Gordon Pym, John W. Campbell y ¿Quién va ahí?; Adrian Ross y El agujero del infierno, Algernon Blackwood y El Wendigo, August Derleth y La máscara de Cthulhu, y yo qué sé. Siempre me he decidido por los clásicos. El tiempo es finito. No quiero señalar ahora nada más que los primeros que he recordado al escribir esto. Fueron casi todos una emoción descriptible; y tanto que decidí escribir sobre ellos. Es un buen sistema para no olvidar lo que se lee, ni todo lo que rodea la magia de la lectura.
El blog cambió de aspecto pasados tres años. Le había añadido chorradas y el diseño era ya anticuado. Volverá a cambiar; seguro. Una vez decidí incluir publicidad, la de Adsense de google. Un error. La quité. Por otro lado, ha habido épocas en las que me he visto obligado a leer menos, y otras en las que no he podido escribir. Pero las historias están aquí, en mi memoria, y lo que pensé y sentí al leerlas, y lo que me ha quedado. Más tarde o más temprano las pondré negro sobre blanco.
No voy a decir que vendrán cinco años más, porque es lo típico y porque nunca se sabe qué va a ocurrir. Han ido desapareciendo en este tiempo blogs y webs interesantes, como Literatura Prospectiva o La biblioteca de Kronanberg. Una pena. Pero, por otro lado, me alié con otros frikis para crear Planetas Prohibidos. No sé cuánto duraré con IMPERIO FUTURA. Es la magia de vivir y ser libre para algunas cosas, que aún tenemos un margen para decidir qué hacemos. De momento, seguimos. Gracias por estar ahí.
lunes, 10 de febrero de 2014
GEORGE ORWELL - 1984, 2013 (1949)
Lo que estoy haciendo ahora es una muestra de libertad. Escribo
lo que quiero, y lo publico aquí para que cualquiera pueda leerlo. Sé que hay
alguien ahí que toma nota, o que podría tomar nota, de mis opiniones,
aficiones, amistades, compras, viajes, trabajo o relaciones. Que los datos se
pueden cruzar, y sacar perfiles y conclusiones con las que controlarme. Pero optar
por la libertad es exponerse a ser juzgado, y asumo el riesgo. La vida merece
la pena ser vivida si hay riesgo, si miramos más allá, si pensamos qué pasaría
si hiciera o dijera esto otro. Porque en el fondo nos sentimos unos permanentes
frustrados, siempre nos falta algo; es normal, es el sentimiento que ha hecho
progresar la Humanidad. El dolor y el amor son los dos motores de la Historia. Amar
la libertad es amarse a uno mismo, respetarse con cautela, buscar la mejora, el
goce físico e intelectual, todo, la vida misma. Sin libertad, no hay individuo
y no hay vida. Esto es lo que le pasa a Winston Smith, el protagonista de 1984, de George Orwell.
lunes, 27 de enero de 2014
STEWART O'NAN - Una oración por los que mueren (2009)
Los dos autores más citados en las
contraportadas de los libros de terror son Lovecraft y Stephen King. Los editores están
desesperados por conectar con unos lectores difíciles de convencer, por lo que
recurren a casi cualquier cosa para llamar la atención. Retuercen frases y
colocan citas para relacionar al escritor con los dos afamados autores del
género. Así, cuando leí en la sobrecubierta del libro de Stewart O’Nan que éste
era algo parecido al discípulo aventajado de Stephen King, pensé: “¿Otro?”. El editor
había puesto en negrita: “Si aún no has leído a Stewart O’Nan, ¡no sé a qué
estás esperando!” (Stephen King, Entertaiment Weekly). En fin. Además, en la
sinopsis trasera daba a entender que en la acción del libro había mordiscos -"mandíbulas de miedo y muerte"-; es
decir, que los muertos de Amistad, el pueblecito escenario de la obra, parecía que se
convertían en zombis. Claro, ¿cómo no aprovechar la moda zombi con una alusión
velada que no compromete? Aun así decidí comprarlo, y entendí perfectamente la
sinopsis: es un libro muy difícil de vender a no ser que conozcas al autor o
leas las primeras páginas. ¿Por qué? La razón es que no se trata de una
historia al uso, con su estructura formal, de presentación, nudo y desenlace.
No hay una construcción enrevesada de la trama, con resolución final sorprendente.
Pero que esto no confunda: el libro merece la pena. Veamos por qué.
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