Si hay un libro con el que tenga una relación especial en mi vida, sin duda es éste. Y no es porque la historia
que cuenta Wells sea hoy especialmente ingeniosa o la narración trepidante, es que fue un librito que me abrió un mundo nuevo, el de la CF. El sentido de la maravilla que produjo en mí, un niño de trece años –cuando los trece años eran lo que deben ser-, fue inconmensurable. La pasión que me despertó por la aventura libresca es impagable. Luego pasaron otros textos, otros géneros, otras páginas, pero ninguno como aquél. Tan fue así que lo he comprado por tercera vez para releerlo. El primero lo perdí en el colegio. Recuerdo perfectamente la escalera, la sensación, el chándal azul, la camiseta blanca, la búsqueda, las caras de yonohesido, las preguntas al bedel, y la carrera hasta el quiosco para comprar otro ejemplar. Nunca lo dije en casa. Quizá temía la reprimenda. Ese ejemplar lo leí dos veces, la segunda e
n aquellos viajes en metro, de pie, junto a esas blancas barras que siempre estaban brillantes y grasientas. Este lo perdí sin saber aún cómo ni dónde. Pregunté a la familia, rebusqué en sus casas, y nada. Impaciente lo encontré en internet, en una librería de segunda mano, a menos de cinco euros.

