Fui a La Casa del
Libro (una librería) buscando algo distinto, una novela que no me pareciera
la enémisa historia sobre lo mismo, ese constante y molesto déjà vu. La sección dedicada al género
de Terror era minúscula, apenas un par de baldas. Stephen King, Bram Stoker,
Poe,…en fin. ¿Y algo nuevo, please?
Abajo, casi en el suelo, un cartelito que rezaba algo como: “El rincón zombi”.
Cogí un ejemplar titulado “Septiembre zombie”, de David Mood, con la siguiente
sinopsis, más o menos: “Una epidemia termina con el mundo tal y como lo
conocemos. Un puñado de supervivientes lucha en una ciudad llena de peligros”.
Qué pereza. Otro, que no recuerdo el título: “En un solo día el 99% de la
población es zombi. Los que aún quedan con vida han de enfrentarse a amenazas…etc.,
etc., etc.”. Sueño mortal. En consecuencia, y como suelo decir: en caso de
dudas o vacío hay que acudir a un clásico. Así leí “Herbert West, reanimador”,
de H. P. Lovecraft. Tremendo. Por cierto, nada que ver con la película.
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domingo, 19 de octubre de 2014
miércoles, 25 de julio de 2012
H. P. LOVECRAFT - A través de las puertas de la llave de plata (1934)
Este es el tercer relato de la serie de los viajes oníricos de Randolph Carter. El cuento tiene varias peculiaridades. La primera es que no fue escrito originalmente por Lovecraft, sino por Edgar Hoffmann Price. Lo que pasó es que "el maestro" decidió arreglarlo, y lo cambió casi por entero, menos alguna cosa. Por ejemplo, Price creó un personaje que parodiaba a Lovecraft, llamándolo "Ward Philips", al que describe como un sabio de Providence y que juega un papel básico en este cuento.
Otra de las peculiaridades es la aparición de los mitos de Cthulhu. En esta narración, con Yog-Sothoth, como en El caso de Charles Dexter Ward, y en el lenguaje utilizado en el manuscrito, el r'lyehiano, que ya vimos en
domingo, 13 de mayo de 2012
H. P. LOVECRAFT - La llave de plata (1929)
Creo que cualquiera que llegue a la madurez se puede sentir identificado con los primeros párrafos de este relato de Lovecraft. No tanto con el tono conservador que destila, en el que desprecia los principios de la modernidad y el curso de la civilización, sino con la pérdida de la capacidad para imaginar, la ensoñación o la fantasía en el paso a la edad madura. Transformados por el entorno social, ese yo imaginativo que se quedó atrás sólo tiene un momento para manifestarse: durante el sueño, donde el inconsciente recrea los mundos, las situaciones y los personajes que la vigilia y la realidad mantienen arrinconados.
Al cumplir los treinta años, Randolph Carter había perdido la "llave de la puerta de los sueños" porque el materialismo y el racionalismo "le habían encadenado a las cosas de la realidad". Las costumbres sociales y los "filósofos" le dijeron que si soñaba
sábado, 5 de mayo de 2012
H. P. LOVECRAFT - La declaración de Randolph Carter (1925)
Rafael Llopis dice en la
introducción al libro Viajes al otro mundo –o quizá fue en otra-, que había quien pensaba que se leía a Lovecraft por su magnífica prosa. No era por esto, replicaba Llopis, sino por su habilidad para crear atmósferas que producen sensaciones. Así es. En
un párrafo de quince líneas Lovecraft es capaz de sumergir al lector en el
ambiente más oscuro, fétido, inmemorial y húmedo que se pueda imaginar. No hay
una prosa fantástica, sino una fantástica forma de construir prosa.
La declaración de Randolph Carter
es uno de esos relatos. Inicia el ciclo de sus viajes a otra dimensión, que si
bien tiene algún nexo de unión con los mitos de Cthulhu parece salir más
domingo, 16 de enero de 2011
H. P. LOVECRAFT - El caso de Charles Dexter Ward (1927)
La noche de Halloween me hace gracia. Paso de los que dicen que es una americanada. Es divertido, y punto. Desempolvo mi careta de monstruo, me la pongo un rato, me río con la gente y procuro ver alguna película de terror, a ser posible del bueno. Aquella noche me puse La herencia Valdemar, un más que aceptable filme basado en el mundo de Lovecraft. Decidí entonces leer de nuevo El caso de Charles Dexter Ward, una de las novelas que más me impactó cuando era un chaval. El recuerdo más vivo que guardaba de esa primera lectura era la bajada al sótano de la mansión Curwen. Sencillamente espeluznante. Luego he visto que aquel episodio tiene cierto paralelismo con otro que tiene lugar en La casa en el confín de la Tierra , de William Hope Hodgson, autor que influyó en Lovecraft, y que reseñaré pronto.
La novela se titula “El caso” porque lo sucedido a Charles Dexter Ward (en adelante CDW) se tomó como un caso clínico de locura. Lovecraft utiliza uno de los recursos más usados en el género de terror, y en la literatura en general, que es el del testimonio. Se trata de ese libro recuperado, esas memorias o ese documento perdido, que es el grueso de la novela, y que podemos encontrar no sólo en la obra de Hodgson antes citada, sino en Poe y su Arthur Gordon Pym, entre otros muchos. Es más; el propio Lovecraft lo utiliza en sus otras dos novelas largas: La llamada de Cthulhu y En las montañas de la locura.
El estilo de construcción de la trama también es el propio de Lovecraft: la sucesión de piezas del pasado que van conformando un presente aterrador. Aparecen sabios alquimistas, nigromantes y perturbados, siempre vinculados con la vieja Europa, que buscan el conocimiento a través del contacto con seres del más allá, que les revelan los secretos de la naturaleza. Pero ese conocimiento no se encuentra en las fuerzas del bien, sino en las del mal. Y aquí está la variación característica de Lovecraft: no se trata de fantasmas o demonios, sino de seres de otro mundo que dominaron la Tierra más allá de la memoria, que esperan volver, y cuyo regreso será el fin de la Humanidad. El contacto con ellos se hace a través de ritos macabros y sangrientos, como en El horror de Dunwich. En El caso de Charles Dexter Ward no es Cthulhu, sino Yog Sothoth (por fin una nombre pronunciable del panteón lovecraftiano).
CDW quedó impresionado por la vida de Curwen, y pasó de estudiar su vida a imitarla; tanto que lo resucitó. Volvieron así los rituales nigrománticos y las invocaciones a los “los del Exterior”. Fue entonces cuando Willet, el doctor, volvió a la casa de las afueras, aquella que había recuperado CDW, y bajó al sótano, al pozo. La oscuridad, los gemidos guturales y el hedor, siempre el hedor lovecraftiano invadiéndolo todo para dar la sensación de maldad añeja, acompañaron el viaje de Willet a las profundidades de los experimentos de Curwen. Allí encontró una sala con monolitos a lo Stonehenge, con un altar en el centro, y otra sala con las sales y productos para las invocaciones. Estos descubrimientos permitieron a Willet conocer la verdad y dar una solución al problema. El final es perfecto, pero, como siempre, no lo voy a contar.
La entrañable película de Roger Corman, titulada El palacio de los espíritus (1963), quien por sentido comercial atribuyó el relato a Edgar Allan Poe y no a Lovecraft, poco tiene que ver con la novela. El irrepetible Vicent Price, con una personalidad tan desarrollada que siempre se interpretaba a sí mismo, llena por sí solo la cinta y es el actor ideal para dar vida a Joseph Curwen. Por tanto, la novela, a pesar del enorme atractivo que tendría por su ambientación y los temas tratados, además de las facilidades técnicas que hoy existen para recrear escenarios y grandes seres, sigue sin adaptación a la gran pantalla. La conclusión es clara: leed el libro, no os arrepentiréis.
domingo, 9 de mayo de 2010
H. P. LOVECRAFT - El horror de Dunwich, 2009 (1929).
Era uno de esos pequeños libros de una colección tan memorable como efímera. Me refiero a Alianza Cien. La idea no era mala: pequeños libros, verdaderamente de bolsillo, a cien pesetas. A mi me gustaba el formato; podía llevarlo a cualquier sitio y era barato. Entre los pocos números que salieron estaba El horror de Dunwich, cuando ya la editorial estaba aquejada por el mal del ilustrador iletrado; es decir, el que ilustra sin haber leído la novela. Sin embargo, para leerlo por segunda vez compré la última edición de Alianza, la de 2009, que tiene una introducción de August Derleth que merece la pena.
domingo, 11 de abril de 2010
H. P. LOVECRAFT - La llamada de Cthulhu, 1926.
En una de mis investigaciones sobre las sociedades del siglo XIX encontré algunas con rituales y cosmogonías estrafalarias, y entre ellas despuntaban las teosóficas y la referencia a una rusa llamada Helena Petrovna Blavatsky. El rostro de aquella mujer era inquietante, así como su trayectoria. Había constituido un grupo en torno a unos libros antiguos y a una supuesta sabiduría concedida por un ser superior. Era una concepción completa del Universo y, por tanto, del Hombre. En su Antropogénesis hablaba de la aparición de vida en la Tierra proveniente del cosmos, de siete razas primigenias, una de las cuales, la de los Dioses o Dobles Etéreos de los Pitris habrían creado al Hombre. La historieta me enganchó porque parecía un auténtico relato de ciencia-ficción, de horror cósmico lovecraftiano, sí, pero escrito cuarenta años antes. Además, una de las obras en las que Lovecraft se inspiró para su cosmogonía era el llamado Libro de Dyzan, presente en la Doctrina secreta de Blavatsky. Así, pensé, la cosmogonía de Lovecraft tendría un origen teosófico, con lo que August Derleth no estuvo tan equivocado al desarrollar ese mundo en sentido teológico: los Dioses arquetípicos. Vaya, enseguida me di cuenta de que había vuelto a descubrir el Mediterráneo.
domingo, 7 de marzo de 2010
H. P. LOVECRAFT - En las montañas de la locura, 2008 (1931).

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