Falta Leslie Nielsen, porque Bill, el héroe galáctico es una sucesión sin sentido de gags, de situaciones cómicas para las que hay que estar muy predispuesto. Lo que tiene el género de humor es que, por un lado, es temporal; es decir, responde a un momento cultural (la novela de Harrison tiene casi cincuenta años), por lo que las claves humorísticas de hoy son otras. Por otro lado, la parodia debe reflejar situaciones conocidas por el lector o espectador, y mi conocimiento de la ciencia ficción no alcanza tan al detalle el pulp norteamericano de la década de 1950; me puedo hacer una idea, pero poco más. El “desfase” es como ver en una televisión polaca a unos imitadores de famosos polacos: no hay quien pille la gracia. En conclusión, a veces me he sonreído, pero poco más.
Harry Harrison construye a un personaje, Bill, que es un cateto con episodios de sentido común, que, debido a la guerra, ha perdido algunos de sus miembros y que han sido reemplazados, de manera que el chico tiene dos brazos derechos, un pie de pollo y dos colmillos. El tráfico de órganos y los privilegios de los oficiales cruzan el relato pero sin que Harrison llegue a profundizar más. Son mercancía y punto. Los personajes son todos estereotipos ridículos, hecho así por Harrison con el propósito de hacer más clara la parodia. Mel Praktis es un “doctor almirante” que lleva monóculo, y es un interesado indeseable que vende órganos y lo que haga falta. Bly, el capitán de la nave estelar Imelda Marcos, es un alcohólico con pasado glorioso. El técnico del grupo, llamado Cy BerPunk (nos suena, eh), es un chispas chapucero. Luego aparece Meta, que es una soldado ninfómana que quiere sexo con Bill todo el tiempo. Y al final surge un tal Merlín, “el mundialmente famoso mago de Avalon”.
Todo está bajo un Imperio que, naturalmente, tiene un enemigo (¿Qué Imperio no lo ha tenido?) y un ejército, cuyo sentido es que haya algún tipo de guerra. Si no hay guerra, como escribió Pournelle, el soldado se envicia, conspira o se suicida; el fúsil distrae. En esta novela los enemigos son los “chinger”, unos “pacíficos lagartillos verdes con cuatro brazos, escamas y una cola como la mayoría de los lagartos”.
La historia tiene lugar en un planeta al que llegan por un accidente, y donde tienen lugar las más disparatadas aventuras. Hay una civilización de máquinas en guerra con otra de dragones, surgen tribus de hombres de colores, castillos medievales, cultos y ritos del mundo grecorromano, en una trama enrevesada en la que Bill deslumbra por sus decisiones. Y es que el entorno es bastante tontorrón.
Se ha escrito que Harry Harrison se ríe en este relato de Heinlein y sus Tropas del espacio, y de Asimov y su ciclo de Trántor, haciendo una crítica al militarismo. Sin embargo, es más la parodia del género que de un tipo específico de ciencia-ficción; incluso podría decirse que la bufa parece más encaminada hacia el género fantástico. A día de hoy, y dada la popularidad de la fantasía de dragones y demás personajes mitológicos, podría tener más éxito la parodia que hace de éstos que el antimilitarismo o la esencia del antihéroe en contraposición al protagonista de la space opera.
La trama es entretenida, superficial y previsible, pero Harrison sabe utilizar a los personajes para hacer grandes sentencias. Así, esta novela tiene un par de frases buenas que utilizaré algún día, como son: “Uno disfruta cuando sus prejuicios resultan ser correctos”, y “Puede que estés durante una hora en el cielo antes de que el diablo se entere de que has muerto”.
El caso es que tengo todos los volúmenes que en su día publicó Grijalbo, pero no tengo la intención por ahora de leer la continuación. Los compré en un VIP que ya no existe, el de El Torreón, en uno de esos saldos fantásticos que de tarde en tarde tienen. Era un regalo para mi hermano pequeño. Mi intención era motivarle para que leyera. No lo conseguí. Da igual.
Houston: el que tiene un problema ya sabes quién es jejejejeje
ResponderEliminarAbrazote!!