ROBERT SILVERBERG - Alas nocturnas (1968)

Tenía que leer algo de Robert Silverberg; ya tocaba. La verdad es que novelas como Muero por dentro, o El libro de los cráneos, no me llamaban la atención. En cambio, apunté dos: La Torre de Cristal y Alas nocturnas. De esta última leí una reseña muy elogiosa en el Sitio de Ciencia Ficción. Y es que me van más las historias con un toque de aventura, de ensoñación, de maravilla, a las que ir para alejarme del mundanal ruido. Alas nocturnas cumple esa condición.

La narración de Silverberg combina la descripción de un mundo medieval surcado de razas puras y mestizas, con el enigma latente de una posible invasión extraterrestre. El conjunto está muy logrado. La descripción de las castas por profesiones, al estilo de gremios que en la novela reciben el nombre de “hermandades”, es muy sugerente. Silverberg sólo apunta algunas para dejar en el aire todo un abanico de posibilidades. Así, en esa Tierra futurista y medieval, nos cruzamos con vigías, mercaderes, defensores, peregrinos o memorizadores (que serían una especie de historiadores orales).

La mentalidad social y política también es medieval. El poder está en manos de una casta aristocrática y es hereditario. El mestizaje es despreciado frente a la pureza racial, y existen guetos y costumbres especiales. Y al igual que en la Antigüedad y en el Medievo, hay trabajadores manuales, cuya actividad es de segunda categoría –como diría Aristóteles- e intelectuales, cerca de los poderosos. Esa mentalidad y estructura sociopolítica se refleja en el urbanismo que describe Silverberg con gran soltura. Las ciudades son las propias de las épocas antes mencionadas, cuyos nombres han variado como resultado del paso del tiempo. Silverberg juega con las vocales, y nos encontramos con Ruma, Agupto, Jorsalen y otras poblaciones.

Los personajes, además, están muy bien construidos. El vigía, que es el protagonista, pertenece a una casta de tipos que se han dedicado durante años a vigilar el cielo para avisar de una posible invasión. Con el paso del tiempo, casi nadie cree que sea verdad que se pueda dar esa circunstancia. El vigía es viejo, y junto a él viajan una joven voladora llamada Avluela, y un mestizo, o eso es lo que parece. Silverberg le da un toque aquí propio del género fantástico que añade sentido de la maravilla al conjunto. La relación entre los tres personajes es intensa y está muy bien construida.

El final es bueno. No diré más por no reventar esta magnífica novela corta. Sin embargo, al lector, al menos a mí, le deja con el ansia de saber qué pasa luego. Es como si se tratara del inicio de una saga, asunto que muchas veces no sale bien. Mejor así. Satisfecho con el Silverberg escogido, ya tengo programada La Torre de cristal. Ya os contaré.