sábado, 8 de septiembre de 2012

CORDWAINER SMITH - La balada de G'Mell (1962)


Cordwainer Smith tenía una extraña relación con los gatos. La elección del animal de compañía define la personalidad de la gente. En este caso, el vínculo entre las características prototípicas del felino con nuestro autor debió ser muy fuerte. Por lo que tengo leído ya de CS no me cabe la menor duda de que su personaje favorito era G’Mell, una humana-gata sensual, una profesional de la compañía masculina. Pero no una prostituta, sino como una geisha –evidentemente siendo un cuento de CS tenía que ser algo oriental-.

En este cuento largo se puede leer una historia de amor no correspondido entre un humano,
el séptimo Jestocost, el Señor de la Instrumentalidad que más hizo por la igualdad entre personas y subpersonas, y G’Mell, que murió enamorada. De nuevo CS nos mete en un relato en el que mezcla política y espiritualidad, con el trasfondo del choque social entre una casta privilegiada y los trabajadores. Porque Jestocot se levantó una mañana sin saber que una bella muchacha se iba a enamorar perdidamente de él, que encontraría otro gobierno en la Tierra, y que sería cómplice de una peligrosa conspiración.

La historia se enmarca en la época del Redescubrimiento del Hombre, y es anterior a los episodios relatados en Norstrilia. Cuenta cómo Jestocost quiso poner término al problema de las subpersonas; seres que sentían y pensaban como hombres, pero tenían características físicas animales y carecían de la ciudadanía. Jestocost buscó al líder del subpueblo y para ello fue al funeral de la subpersona más famosa del momento, uno que había batido el récord de salto. CS juega siempre a combinar elementos de la situación de los negros en los EEUU de los años sesenta, con la naturaleza del pueblo judío anterior a Jesucristo.

En el funeral sondea la mente de G’mell, que invoca a A’telekeli –el parecido con el monstruo innombrable de la novela de Poe es sorprendente-, y con quien consigue ponerse en contacto. Urden un plan para que A’telekeli conociera los puestos de inspección y rutas de escape que le permitieran evadir la sentencia de muerte dictada por las autoridades humanas para las subpersonas que consideraran inútiles. Esto hizo fuerte al subpueblo, que consiguió a través de Jestocost negociar unas mejores condiciones de vida y alcanzar la ciudadanía. Pero G’Mell y Jestocost nunca llegaron a nada. Ella siguió su vida, tuvo setenta y tantos hijos –era medio gata, eh-, y él siguió trabajando por la justicia. G’Mell murió con más de cien años, pero Jestocost llegó a los cuatrocientos. Cuando llegó su hora llamó a una subpersona.

-       - Estoy muriendo y debo saber. ¿Ella me amaba?
-       - Ella continuó sin ti, hasta tal punto te amaba. Te dejó ir por tu bien, no por el suyo propio. Te amaba de veras. Más que a la muerte. Más que a la vida. Más que al tiempo. Nunca os separaréis.
-       - ¿Nunca?
-       - No, nunca, en la memoria del hombre –dijo la voz, y calló.
Jestocost se recostó en la almohada y esperó el final del día.

En fin, buen relato para una tarde de verano, o de invierno, o de lo que tú quieras. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Reseñas más leídas