¿Cómo nos
afecta la lectura del libro de un autor amargado? No deja buen poso. No me
refiero a que obligue a pensar al lector sobre lo sucio que es todo, porque no
hace falta más que salir a la calle o escuchar un informativo. Hablo de un acto
íntimo como es el de la lectura, de la absorción de los sentimientos agrios del
autor durante los días en los que recorremos las páginas de la novela. Y es
especialmente significativo cuando se trata de un texto que escogemos para
llenar nuestro espacio de ocio, divertirnos, alejarnos de la dureza cotidiana y
disfrutar. Era consciente de esto antes de adentrarme en la obra de Kurt
Vonnegut. De hecho, tengo en mi casa
martes, 15 de noviembre de 2011
domingo, 9 de octubre de 2011
DOUGLAS ADAMS - Guía del autoestopista galáctico (1979)
Lo cierto es que película basada
en este libro me encantó. Era la clásica historia de chico busca chica,
envuelta en un planteamiento humorístico sobre el sentido de la vida y la
construcción del universo. Se la presté a un matrimonio amigo correspondiendo a
que ellos me habían dejado El velo pintado,
un drama de Edward Norton y la guapísima Naomi Watts, lleno de chinos enfermos.
Mi peli no tuvo mucho éxito: ella dijo
domingo, 25 de septiembre de 2011
JONATHAN CAROLL - El mar de madera (2001)
Sin duda alguna ha sido mi libro del verano 2011; lo mejor
que he leído desde hace bastante tiempo. Di con él buscando obras originales,
que me dijeran algo, que se salieran de los tópicos ya fuera por la temática,
el personaje o el contexto. Y Johnathan Carroll lo ha cumplido con creces. De
hecho, he conseguido otras tres obras suyas que esperan su momento. Encontré el
libro en el típico saldo preveraniego de La
Factoría de las Ideas. Un hallazgo.
Carroll es un tipo curioso: es un norteamericano que vive en
Viena, “la ciudad más aburrida del mundo” según él. Su padre era guionista y su
madre actriz y cantante, pero él estudio Literatura, se fue a capital austriaca
a dar clases y allí se quedó. La verdad es que no tiene una vida como
domingo, 4 de septiembre de 2011
AUGUST DERLETH - La máscara de Cthulhu, 2005 (1977)
Había leído tanto insulto a August Derleth que el tipo
me daba un poco de pena. Que si había tergiversado a Lovecraft, que si había
catolizado a los Primigenios y a los Antiguos, que si había vivido a la sombra
del Maestro. Bueno, pues como todos le zurraban, y de lo lindo, me compré los
tres libros de bolsillo que editó Alianza Editorial. Con un par. Los guardé, y
hace poco decidí leer el que me pareció el más representativo: La máscara de
Cthulhu.
domingo, 17 de julio de 2011
STANISLAW LEM - Solaris (1961)
Fue una de esas cosas que se hacen con buena intención. Le dije a mi compañera que leyera Solaris y que luego lo haría yo. Habíamos compartido muchas lecturas, sobre todo de aquellos libros que han tenido una versión cinematográfica. Y el de Stanislaw Lem tiene dos: la rusa, de 1972, y la de George Clooney, de 2002. El plan era el de siempre: primero lectura, luego visionado de pelis, y por último, debate con un buen martini. El problema es que la chica se quedaba dormida. “No puedo con él. Lo siento. No es mi tipo de literatura”. Tan comprensivo como caballeresco, contesté: “No te preocupes. Lo entiendo”. Claro; de todo el plan nos quedamos sólo con el martini.
domingo, 10 de julio de 2011
JOHN SCALZI - La vieja guardia (2005)
Me reí; leyendo esta novela me reí. No es lo habitual cuando se lee ciencia-ficción, y ni siquiera me había pasado con Bill, el héroe galáctico –del que no pasé de la sonrisa-. La razón es que John Scalzi construye una novela con mucho sentido televisivo, muy de showtime, de nuestra época. El intercambio de frases entre los personajes es tan perfecto que parece sacado de una serie de TV del tipo de The Big Bang Theory.
domingo, 12 de junio de 2011
WILSON TUCKER - Los amos del tiempo (1953 y 1971)
domingo, 29 de mayo de 2011
PHILIP K. DICK - El hombre en el castillo (1962)
No sé dónde leí que todo género literario gira en torno a una cuestión: la condición humana. La ciencia ficción permite llegar un poco más allá en el planteamiento de las preguntas porque la realidad no es un freno. Por eso me gusta este género, o el terror, porque cuando el escritor es inteligente sabe diseñar un mapa en que personajes, contexto y desarrollo de la trama, son un conjunto armonioso que le permite ir soltando esas pequeñas preguntas que obligan al lector a desviar la mirada y pensar. Philip K. Dick es uno de ellos.
domingo, 15 de mayo de 2011
ALGERNON BLACKWOOD - El Wendigo (1909)
Quien no ha ido de niño a una acampada en pleno bosque, y de noche, a la luz de la fogata, ha oído cuentos de terror, seguramente no podrá entender del todo el horror que se narra en este relato de Algernon Blackwood. No falta nada: la descripción de un bosque interminable, misterioso, sumido en un silencio que sólo se rompe por sonidos ajenos a la comprensión humana, y cinco hombres, cada uno un símbolo con el que el lector puede identificarse.
Ahora bien, todo ese simbolismo, muy básico en realidad, responde a una concepción particular de la naturaleza, el hombre, la ciencia y la religión. Es la segunda vez que me encuentro un vínculo entre un escritor de cuentos fantásticos y una sociedad esotérica y filosófica. En este caso, Blackwood
miércoles, 20 de abril de 2011
MURRAY LEINSTER - El planeta solitario (1978)
Leí la mitad de la novela en el aeropuerto, aguantando uno de esos retrasos habituales. La espera se me hizo corta. Murray Leinster, en realidad William Fitzgerald Jenkins (1896-1975), sabía enganchar con historias aparentemente sencillas que guardaban una complejidad natural, no forzada por grandes construcciones seudocientíficas, o un thriller metasicológico. Leinster escribía para que al final de la lectura te quedara una sensación de extraña satisfacción. La introducción del libro que hace John J. Pierce es fantástica: sitúa al autor y su obra, y da detalles sobre su vida que hacen la lectura más comprensible, más humana. Ser inventor, racionalista, metido en su trabajo pero divertido, y siempre pendiente del lector, lo que siempre se agradece, caracterizaban a un Leinster que ya he guardado entre mis autores favoritos.
domingo, 10 de abril de 2011
FREDRIC BROWN - Universo de locos (1948)
No puede haber título mejor cuando se está pasando una temporada en Roma: Universo de locos. Para un madrileño que vive en una ciudad cuadriculada en todos los sentidos, el impacto de una Roma que desde hace siglos ha hecho del caos un arte, es trastornante. Es preciso ira acomodándose a su ritmo, a su forma de hacer las cosas, a su gente, a esa improvisación constante que impide hacer un mínimo plan. Porque se trata, y parece mentira, de un universo paralelo. En apariencia todo es igual: somos latinos y occidentales, y tenemos la misma tecnología, edificios, coches, y la población se caracteriza por ese melting pot que ya es un hecho. Parece igual, pero no lo es. No creo en el destino, pero en ciudad capitalina, en el paraíso del caos, leí esta novela.
domingo, 27 de marzo de 2011
JACK WILLIAMSON - Los humanoides (1949)
Los robots son uno de los temas estrella de la ciencia-ficción, desde R.U.R. de Capek hasta la serie televisiva Cáprica, pasando por nuestro Gabriel revisitado de Domingo Santos. Y las historias han girado en torno a dos cuestiones: su cercanía a la naturaleza humana y, por tanto, los problemas existenciales –Yo, Robot o Sueñan los androides con ovejas eléctricas, por ejemplo-; y el dominio del hombre –Terminator o Matrix, por citar sólo películas-.
Todo esto se envuelve en el doble sentimiento, y contradictorio, que la Humanidad ha tenido hacia los avances científicos, siempre vinculado con el miedo al conflicto bélico y, de forma paralela, con el bienestar. Por un lado, el optimismo ante el avance imparable de la ciencia y la tecnología para la resolución de los problemas cotidianos y endémicos del hombre. Por otro lado, el riesgo de deshumanización que supone la robotización de todo.
domingo, 13 de marzo de 2011
CORDWAINER SMITH - Norstrilia (1975)
Si no has visto Futurama, no sé a qué estás esperando. Sus capítulos están repletos de guiños a obras clásicas de la ciencia ficción, y otras no tanto, e incluso a series y películas del género, como son los personajes de Star Trek. Coincidió que cuando estaba leyendo esta novela de Cordwainer Smith me dio por ver algunos episodios de Futurama. En uno de ellos, Fry, el protagonista, estaba enganchado a una bebida llamada Slurm, cuya fórmula secreta era que salía del culo de un enorme gusano. Y digo que coincidió porque Norstrilia es un planeta cuyos habitantes han hecho una fortuna gracias a una sustancia llamada Stroon, reclamada por todo el mundo porque confiere la inmortalidad, y que es un virus que producen ovejas enormes, gigantescas y deformes.
domingo, 13 de febrero de 2011
JOHN W. CAMPBELL - ¿Quién va ahí? (1948)
Al leer un relato de ciencia ficción que tiene más de cuarenta años, una de las primeras cosas que se piensan, o te dicen, es sí habrá envejecido con el tiempo, si se habrá pasado o caducado perdiendo su fuerza. En este caso, además, el relato de John W. Campbell Jr. tiene que sufrir la comparación con la película El enigma de otro mundo (1951), dirigida por Christian Nyby y producida por Howard Hawks, y su remake, La cosa (1982), de John Carpenter. La verdad es que no ha envejecido demasiado, ni sale perdiendo con la comparación. La película de Nyby y Hawks está ligeramente basada en la historia de Campbell, y la de Carpenter, pegada más al texto, tiene unos efectos especiales muy antiguos.
sábado, 29 de enero de 2011
WILLIAM HOPE HODGSON - La Casa en el confín de la Tierra (1908)
¿Quién ha estado en un paraje apartado de un bosque, cuando el sol se oculta y el frío asciende del suelo húmedo, y los árboles parecen abalanzarse sobre nosotros, y no ha pensado en que era justo el momento en el que podía suceder algo? Ese algo escalofriante, revelador de una realidad paralela, desconcertante, pero al mismo tiempo atrayente. No me refiero al Wendigo de Algernon Blackwood, ni a los seres antiguos de Robert E. Howard, sino a algo que pondría en cuestión todas las creencias. Sí; son los miedos infantiles, ancestrales y totalmente irracionales que nos hacen vibrar con la imaginación. Porque piensa en un Universo paralelo al nuestro, con una entrada en lo más profundo del bosque, y que eres el único testigo del principio y del fin del cosmos. Todo esto lo he encontrado en esta obra de William Hope Hogdson.
Hogdson es uno de los escritores más interesantes con los que me he encontrado. Su trayectoria vital es parecida a la de Jack London, quizá porque ambos vivieron la misma época. Hodgson, que nació en 1877, pasó algunos años de su juventud en un barco, donde, al estilo de Arthur Gordon Pym, vivió rodeado de marineros rudos, lo que le sirvió luego para ambientar algunos de sus cuentos, los que la editorial Valdemar ha reunido titulándolos “Terror en el mar”. En los primeros años del siglo XX publicó sus grandes obras, como La Casa en el confín de la Tierra (1908) y El re
ino de la noche (1912), que cuenta la historia de un hombre del futuro que busca a su amada en una tierra llena de seres monstruosos. Se alistó en el ejército inglés al estallar la guerra en 1914, y murió dos años después en un ataque alemán. Por tanto, Hodgson pertenece a esa generación de escritores que desapareció en la Primera Guerra Mundial, no a los de la Lost Generation de Firzgerald, Hemingway y compañía, más joven que la anterior, sino a los que imbuidos de un viejo romanticismo acudieron a las trincheras a dar su vida por ideales y sentimientos.

La Casa en el confín de la Tierra comienza con dos jóvenes excursionistas que encuentran unas ruinas, y entre ellas, un viejo y mohoso libro. Sus páginas son el testimonio de un hombre sin nombre, que vive sólo, con su hermana y su perro Pepper, en lo más profundo de un bosque, y que es testigo de los extraños sucesos. La historia arranca cuando el protagonista cuenta que abrió sin querer la puerta a otro mundo. Inició así un viaje por las estrellas hasta un planeta desértico, rojo, con un sol en forma de anillo. Allí, en mitad de la nada, encontró su casa, pero construida con jade verde y más grande. Y como si se tratara de un viaje onírico, podía contemplar a Kali, diosa de la muerte, a Set, destructora de alamas, y a otros seres “absolutamente extraños, más allá de la capacidad de la concepción humana”. Pero el viaje se complicó cuando dentro de la casa vió a la “bestia-cerdo”, una de tantas, que trataron de matarle saliendo del abismo al pie de su casa, en la Tierra, lugar donde se encuentra la puerta al otro mundo.
Hodgson nos introduce poco a poco en la existencia de universos paralelos, y de fuerzas cósmicas que juegan con el tiempo y el espacio. El protagonista es condenado a ver velozmente el paso del tiempo, los millones de años que le permiten contemplar la muerte del Sol, la expansión de otra estrella, el fin de la Tierra y una especie de Big Bang. Esto último tiene su gracia porque Hodgson escribe en 1908, y la aplicación de la relatividad de Einstein a la astronomía se hizo en la segunda década del siglo XX, hasta la conocida teoría de Lemaître sobre el origen explosivo del Universo.
La novela está bien construida, el protagonista es creíble, aunque quedan cosas sin explicar, y esto fastidia un poco, la verdad. Sin embargo, es un libro muy sugerente, repleto de elementos originales, propios de lo que luego será el “horror cósmico” de Lovecraft. Hodgson funde de forma amena el orden universal, las leyes físicas –tal y como se conocían a principios del XX-, el origen de las cosas y su fin, con el terror o el vértigo ante lo desconocido, hacia fuerzas incomprensibles, anormales e incontenibles. El libro se lee de un tirón; es más, es recomendable leerlo así para no perderse.
domingo, 16 de enero de 2011
H. P. LOVECRAFT - El caso de Charles Dexter Ward (1927)
La noche de Halloween me hace gracia. Paso de los que dicen que es una americanada. Es divertido, y punto. Desempolvo mi careta de monstruo, me la pongo un rato, me río con la gente y procuro ver alguna película de terror, a ser posible del bueno. Aquella noche me puse La herencia Valdemar, un más que aceptable filme basado en el mundo de Lovecraft. Decidí entonces leer de nuevo El caso de Charles Dexter Ward, una de las novelas que más me impactó cuando era un chaval. El recuerdo más vivo que guardaba de esa primera lectura era la bajada al sótano de la mansión Curwen. Sencillamente espeluznante. Luego he visto que aquel episodio tiene cierto paralelismo con otro que tiene lugar en La casa en el confín de la Tierra , de William Hope Hodgson, autor que influyó en Lovecraft, y que reseñaré pronto.
La novela se titula “El caso” porque lo sucedido a Charles Dexter Ward (en adelante CDW) se tomó como un caso clínico de locura. Lovecraft utiliza uno de los recursos más usados en el género de terror, y en la literatura en general, que es el del testimonio. Se trata de ese libro recuperado, esas memorias o ese documento perdido, que es el grueso de la novela, y que podemos encontrar no sólo en la obra de Hodgson antes citada, sino en Poe y su Arthur Gordon Pym, entre otros muchos. Es más; el propio Lovecraft lo utiliza en sus otras dos novelas largas: La llamada de Cthulhu y En las montañas de la locura.
El estilo de construcción de la trama también es el propio de Lovecraft: la sucesión de piezas del pasado que van conformando un presente aterrador. Aparecen sabios alquimistas, nigromantes y perturbados, siempre vinculados con la vieja Europa, que buscan el conocimiento a través del contacto con seres del más allá, que les revelan los secretos de la naturaleza. Pero ese conocimiento no se encuentra en las fuerzas del bien, sino en las del mal. Y aquí está la variación característica de Lovecraft: no se trata de fantasmas o demonios, sino de seres de otro mundo que dominaron la Tierra más allá de la memoria, que esperan volver, y cuyo regreso será el fin de la Humanidad. El contacto con ellos se hace a través de ritos macabros y sangrientos, como en El horror de Dunwich. En El caso de Charles Dexter Ward no es Cthulhu, sino Yog Sothoth (por fin una nombre pronunciable del panteón lovecraftiano).
CDW quedó impresionado por la vida de Curwen, y pasó de estudiar su vida a imitarla; tanto que lo resucitó. Volvieron así los rituales nigrománticos y las invocaciones a los “los del Exterior”. Fue entonces cuando Willet, el doctor, volvió a la casa de las afueras, aquella que había recuperado CDW, y bajó al sótano, al pozo. La oscuridad, los gemidos guturales y el hedor, siempre el hedor lovecraftiano invadiéndolo todo para dar la sensación de maldad añeja, acompañaron el viaje de Willet a las profundidades de los experimentos de Curwen. Allí encontró una sala con monolitos a lo Stonehenge, con un altar en el centro, y otra sala con las sales y productos para las invocaciones. Estos descubrimientos permitieron a Willet conocer la verdad y dar una solución al problema. El final es perfecto, pero, como siempre, no lo voy a contar.
La entrañable película de Roger Corman, titulada El palacio de los espíritus (1963), quien por sentido comercial atribuyó el relato a Edgar Allan Poe y no a Lovecraft, poco tiene que ver con la novela. El irrepetible Vicent Price, con una personalidad tan desarrollada que siempre se interpretaba a sí mismo, llena por sí solo la cinta y es el actor ideal para dar vida a Joseph Curwen. Por tanto, la novela, a pesar del enorme atractivo que tendría por su ambientación y los temas tratados, además de las facilidades técnicas que hoy existen para recrear escenarios y grandes seres, sigue sin adaptación a la gran pantalla. La conclusión es clara: leed el libro, no os arrepentiréis.
domingo, 26 de diciembre de 2010
ALFRED E. VAN VOGT - Razas del futuro (1956)
Y nosotros que estábamos tan emocionados con Battlestar Galactica y Terminator, con la idea pretendidamente original de una raza de ciborgs creados por el hombre, que asumen conciencia de su existencia, con independencia y autoaprendizaje, y que pugnan por su supervivencia frente al Hombre. Veíamos a esos humanos cibernéticos levantando una civilización, con su cultura, religión, costumbres y política propias, en lucha contra los hombres de carne y hueso; una civilización huída del planeta Tierra y enfrentada a su creador, al Hombre. Bueno, y resulta que Van Vogt lo había planteado en Razas del futuro.
domingo, 12 de diciembre de 2010
JACK FINNEY - Los ladrones de cuerpos (1955)


Existe mucha confusión entre la película y el libro. Hay quien dice que la obra de Finney es antimacartista porque el guionista del filme lo firmó con pseudónimo. En este caso, de ser así, estaríamos hablando de que la censura al senador McCarthy y a la sociedad norteamericana partió del mundo del cine, no de la obra literaria a la que nos referimos. Y es que la novela de Finney y la película de Don Siegel de 1955 tienen diferencias notables. Las dos son obras maestras, pero distintas.




No está de más leer el libro a pesar de que la cinta del recientemente desaparecido Kevin MacCarthy la hayamos visto muchas veces. Se descubren cosas nuevas, y se tiene una perspectiva complementaria. Se lee con agrado y soltura. Lo recomiendo.
domingo, 28 de noviembre de 2010
FREDRIC BROWN - Marcianos, go home (1955)
He de confesar que mi inicio en la ciencia ficción se debió a los marcianos. Hablo de la invasión de esos seres del planeta rojo, esa fijación ensoñadora y aterradora que ha acompañado a los hombres al menos desde finales del XIX. No me refiero a hombrecillos verdes, cabezones, desproporcionados, medio lelos, sino a espeluznantes criaturas capaces de lo peor que, cómo no, acaban sucumbiendo. Y sentirse espectador, y superviviente, de una historia de este tipo no tiene precio. Ya hablé de mis lecturas infantiles de la obra de H. G. Wells en otra reseña.
Fredric Brown era otro tipo de escritor, con otras ideas sobre la vida y, por tanto, sobre la literatura. En la novela Marcianos, go home, Brown no nos habla precisamente de marcianos que tratan de cocinarnos, esclavizarnos o robarnos el planeta; no, sino de enanos verdes que vienen a burlarse de nosotros, a sacarnos de quicio violando nuestra intimidad, a partirse de risa aireando los secretos que creíamos seguros, y lo hacen en cualquier momento y lugar. Y no hay medio de pararlos porque son incorpóreos, ven a través de los objetos y se trasladan en el espacio a mucha velocidad (lo llaman “kwimmar”). Vienen a reírse, y se lo hemos puesto muy fácil.
Fredric Brown era otro tipo de escritor, con otras ideas sobre la vida y, por tanto, sobre la literatura. En la novela Marcianos, go home, Brown no nos habla precisamente de marcianos que tratan de cocinarnos, esclavizarnos o robarnos el planeta; no, sino de enanos verdes que vienen a burlarse de nosotros, a sacarnos de quicio violando nuestra intimidad, a partirse de risa aireando los secretos que creíamos seguros, y lo hacen en cualquier momento y lugar. Y no hay medio de pararlos porque son incorpóreos, ven a través de los objetos y se trasladan en el espacio a mucha velocidad (lo llaman “kwimmar”). Vienen a reírse, y se lo hemos puesto muy fácil.
Brown juega desde la primera página a hacernos creer en los marcianos, para luego dejar el asunto de su existencia al juicio risueño del lector. De esta manera, comienza diciendo que debimos estar atentos a las señales, a las novelas que como la de H. G. Wells nos anunciaron lo que podía pasar, o a programas de radio como el famoso de Orson Welles de octubre de 1938 –muy presente en toda la novela-. Precisamente, el protagonista de Marcianos, go home es un escritor de ciencia ficción llamado Luke Deveraux, un hombre que ha perdido la inspiración y que se ha refugiado en una casa en mitad del desierto para ver si se le enciende la luz. El tipo bebe, bebe mucho, y un mañana de mayo alguien llama a su puerta. Es un hombrecillo verde, de unos 75 centímetros de altura. “Hola, Mack (porque los marcianos llaman Mack a todos los hombres, y Jane a las mujeres). ¿Es esto la Tierra?”.
La llegada de los marcianos supone el fin de la intimidad. Brown insiste mucho, porque es gracioso, en el problema que dicho asunto supone para el sexo: tener espectadores baja el índice de natalidad. Pero no sólo esto: los enanos verdes arruinan cualquier tipo de reunión social, especialmente los espectáculos y los medios de comunicación. Se acabó el teatro, el cine, los deportes y la radio. Ya no hay secretos en la pareja, entre amigos, ni en la política, las empresas o el ejército. La crisis económica es completa. Es más; la ciencia ficción deja de interesar –el marciano está en casa-, y los lectores se pasan a las novelas del Oeste y a las de detectives.
El capitalismo sufre una crisis económica gravísima, pero el comunismo, basado en “la Gran Mentira”, se desmorona. La guerra no es posible porque no hay secretos, pero tampoco las revoluciones porque “ni siquiera el más fanático de los revolucionarios deseaba el poder en aquellas circunstancias”. Y Brown va encadenando historias particulares para ilustrar lo “castigado, burlado, perseguido, impotente, maniatado, mortificado y sacrificado” que se sentía el hombre de la calle.
Pero no todos creen que sean marcianos, ni están seguros de sus propósitos. Las Iglesias piensan que se trata de demonios enviados por Dios para castigar al hombre, y hay quien cree que han venido para darnos una lección sobre la paz en el mundo –hoy sería para que cuidemos el planeta-. Los marcianos se acaban yendo, no voy a contar por qué ni cómo para no machacar al futuro lector, pero sí puedo apuntar que el final queda en suspenso y cargado de ironía. El estilo de Marcianos, go home me ha recordado el de dos escritores contemporáneos, Jardiel Poncela y Karel Capek; con esta obra que ironiza sobre la pretendida seriedad del género de la ciencia ficción, en una línea que comenzó en otra de sus novelas, Universo de locos (1949).
Esta narración de Fredric Brown se puede interpretar como un ensayo sobre el derecho a la intimidad como pilar de la sociedad humana y, por tanto, necesario para el equilibrio mental del hombre. Curiosamente, el Estado no tiene un papel significativo, sino que la iniciativa para terminar con el problema de la presencia marciana parte principalmente de la iniciativa individual. A destacar la ingenuidad creíble de la ONU descrita por Brown.
Si yo fuera tú, seas marciano o no, la leería.
domingo, 14 de noviembre de 2010
JACK VANCE - Los Chasch (1968)
Uno de los lugares de mi memoria comiquera es El Aventurero; ahí, en la calle Toledo, cerca de la Plaza Mayor, en Madrid. Me pillaba cerca del Instituto. Su escaparate era la frontera entre los mundos que desde dentro me tentaban y mi maltrecho bolsillo. Pero llega el día en que el bachillerato acaba, y la vida cambia, comienzan cosas nuevas y otras simplemente las dejamos atrás. En mi caso fueron los cómics. No recuerdo bien cómo era el tendero que sesteaba detrás del mostrador. Quizá era un tipo delgado, con un bigotito a lo Antonio Resines, camisa de manga corta metida por dentro del pantalón, de esa especie humana que levanta una ceja cuando entras en la librería y te mira con ese gesto de “Te tengo calao, chaval. Sólo vienes a ojear los tebeos”.
domingo, 31 de octubre de 2010
DAMON KNIGHT - Tiranía universal (1964)
Presento aquí uno de los peores libros que he leído; tanto, que no sé por dónde abordar la crítica. Puedo decir que es un buen planteamiento desaprovechado o mal resuelto. Que el desarrollo es anodino y prescindible, los personajes tontos y el escenario incoherente. No hay nada que sorprenda, emocione o haga reflexionar. Es más; según iba leyendo disminuía la esperanza de entender el sentido del título en español, Tiranía universal, o en inglés, que primero fue The People Maker y luego A for anything, y al final me quedé con las ganas. He dejado pasar unos días desde que terminé el libro y aún no he pillado el por qué del título. Es como si se tratara de una enorme broma particular, o que lo puso a boleo.
domingo, 10 de octubre de 2010
ALFRED E. VAN VOGT - El viaje del Beagle Espacial (1950)
Hay varias maneras de abordar este libro. Una de ellas es verlo como el fundamento de Star Trek, otra es tomarlo como una especulación sobre la evolución de las civilizaciones, y una más podría ser la de una reflexión sobre el conocimiento científico. Es más; podríamos encontrar un vínculo que una todas esas maneras: los viajes de la Enterprise, según reza la entradilla de la serie de TV, tienen como objetivo el encuentro de “nuevas civilizaciones”, primando la lógica y la ciencia sobre la violencia.
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