Tenía ganas de aventura, y decidí leer algo de space opera, pero space opera de calidad. Rebusqué y me quedé con dos: Vance, y Pascual Enguídanos vestido de George H. White. Indagando en la internet di con una librería en Madrid especializada en libros de CF; de segunda mano, por supuesto. Hice mi excursión matutina, sabadera, y me encontré con que aquello era un caos. Los libros estaban envueltos en plástico, lo que les preservaba de los curiosos como yo, pero que me impedía ver si le faltaban páginas, estaba mal cortado, si la letra era liliputiense o el traductor estuvo de parranda aquellos días. Tampoco estaban ordenados alfabéticamente, un error que convierte siempre la
búsqueda en una lotería, y ciertamente desanima. Aquel día no hallé lo que buscaba. El libro de Enguídanos estaba en el almacén, y como consolación me llevé uno de Jack Vance del cual no había leído nada: Estación de Abercrombie.
Y entonces ocurrió: Buenos días, aquí un nuevo fan de Vance. Qué pelotazo. El libro está compuesto por tres historias, tiene un prólogo prescindible de Carlos Fabretti –la verdad es que le he cogido ojeriza a este tipo; sí, ya sé que esto es feo, qué le voy a hacer-, y el propio Vance presenta con ironía cada una de ellas, al estilo de Alfred Hitchcock. El primero de la selección lo tituló “El retiro de Ullman”. El caso es el de un tipo millonario, solitario y vanidoso, rodeado de aduladores con los mismos defectos. El problema de la Humanidad que Vance plantea es el del espacio, algo muy socorrido en la CF, pero lo hace de una forma elegante y sorprendente. Ullman, que así se llama el protagonista, recrea en su casa un paisaje terrestre ideal a través de un sistema de cristales, lo que le sirve para fanfarronear ante sus visitas. Un día conoce que un explorador del espacio ha registrado un planeta deshabitado, que tiene fantásticos parajes naturales, y decide comprarlo. El propietario sólo le alquila una parte, maravillosa, idílica y delicadamente detallada por Vance. Pero Ullman sólo es capaz de percibir la belleza que le rodea y la suerte que tiene si sus amistades, mezquinas y simples, así lo reconocen. Como esto no ocurre, Ullman vuelve a casa para seguir siendo envidiado por el paisaje artificial.
La segunda historia es la que da título al volumen, “Estación de Abercrombie”. Los personajes están muy bien construidos, y Vance sólo utiliza para ello cuatro pinceladas y tres diálogos. La estación es un lugar de retiro para millonarios obesos –otra vez los ricos-, donde la delgadez está mal vista. En juego está la herencia del lugar, entre hermanos malavenidos y raritos. Earl es adicto a la teratología –sí, yo también busqué la palabra en el diccionario-; es decir, que el chaval era aficionado a las anormalidades animales, animales de otros mundos, se entiende, y su amor a dichos bichos era un sentido muy muy amplio. La protagonista es una golfa contratada por el hermano, con la misión de casarse con él para hacerse con el dinero. En el desenlace Abercrombie convierte la estación en la versión gore de La isla del Doctor Moreau, y la chica consigue la pasta, un dineral que no sabe en qué lo va a emplear. En este relato se nota que Vance escribe también novela negra.
La última historia es la más enrevesada. Vance juega con la variable espacio-tiempo con ironía, especulando qué haría el hombre si pudiera trasladarse a otros lugares y tiempos a voluntad. Claro, el invento sirve para mostrar lo mejor y lo peor del hombre, la estupidez y la brillantez. Hay un grupo de millonarios bromistas –efectivamente, va de ricos otra vez- que se dedican a celebrar fiestas, las “Rumfuddle –título del tercer cuento-, en el sitio y tiempo que desean, trastocando mezquinamente la Historia. El eje de la narración es que uno de los usuarios del invento comprueba que todas las puertas espacio-temporales que acceden a su casa están cerradas, y recurre al inventor y visita realidades alternativas. En definitiva, el sentido de la maravilla que consigue Vance en los tres cuentos es impagable, sobre todo en la historia de Ullman. Muy recomendable.
Por cierto; al buscar en la internet cubiertas del libro para ilustrar el comentario me llevé varias sorpresas. Una fue que en la versión norteamericana los tres relatos están incluidos en The best of Jack Vance (1976), mientras que en España la editorial Bruguera dividió dicho libro en dos, éste que comentamos y Lo mejor de Jack Vance (1977). Y otra sorpresa fue que al meter la palabra “Abercrombie” en el buscador de imágenes de google sólo me salía un tipo cachitas en plan porno, y no era de la estación de Vance.
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