No sé dónde leí que todo género literario gira en torno a una cuestión: la condición humana. La ciencia ficción permite llegar un poco más allá en el planteamiento de las preguntas porque la realidad no es un freno. Por eso me gusta este género, o el terror, porque cuando el escritor es inteligente sabe diseñar un mapa en que personajes, contexto y desarrollo de la trama, son un conjunto armonioso que le permite ir soltando esas pequeñas preguntas que obligan al lector a desviar la mirada y pensar. Philip K. Dick es uno de ellos.
Lo que hay detrás de El hombre en el castillo es la necesidad del hombre de construirse realidades paralelas a su gusto para escapar, escabullirse o simplemente sobrevivir al mundo real. Podemos echar mano de la ucronía o de la superstición, como hacen los personajes de Dick, al igual que si fueran drogas, lo que era el pan de cada día de nuestro autor de hoy. Para ello es preciso dejar la razón en suspenso, arrinconar la inteligencia, el consejo y el conocimiento, y permitir que el azar determine el futuro, que decida por nosotros. No se recurre a la deducción o la inducción para tomar un camino, sino que una tirada de dados, un pájaro volando contra el viento, un gato que pasa por debajo de un arco, son augurios o dictados de una fuerza superior. Detrás está el sincronismo; es decir, la creencia de que todas las partículas están conectadas entre sí. El destino está fijado, por lo tanto, no existe la libertad.
Es conocido que El hombre en el castillo retrata un mundo repartido entre Alemania y Japón, los vencedores de la guerra de 1939, que se encuentra sometido a su particular política. En el momento en que se sitúa la novela, los nazis estaban ya conquistando el sistema solar y experimentando con los africanos para liquidarlos en quince años. Habían drenado el Mediterráneo para labrarlo y pensaban atacar Japón. Los japoneses no acaban de adaptarse a la mentalidad occidental, y existía una incomprensión mutua e insalvable. Los alemanes, en cambio, se muestran voraces, racistas y engreídos, imbuidos en un falso espiritualismo –el honor, el destino,…- que Dick atribuye a su materialismo y racionalismo, lo que no deja de ser paradójico.
Dick construye personajes que viven de unas falsas creencias para poder sobrevivir. El oráculo y otras supersticiones los narcotizan y protegen de la realidad. Por esto, “el hombre en el castillo”, que allí vive, es Hawthorne Abdensen el autor de una novela que describe una realidad paralela, alternativa a la dictadura nazi, en la que los países libres y democráticos han ganado la Segunda Guerra Mundial, y al que titula La plaga de la langosta, un auténtico bestseller a pesar de estar prohibido. Y lo más triste es que Abdensen no basa su libro en la ciencia, sino que utiliza el oráculo para escribir el libro de la Historia que le hubiera gustado vivir.
La novela se construye encadenando historias particulares, que a veces se tocan, con el objetivo de mostrarnos esa condición humana miserable, torturada, pequeña, del no somos nada. Y la verdad es que engancha. La narración fluye con rapidez y los pequeños mundos particulares se desmenuzan frente a una realidad cruel. El final es abrupto. Dick podría haber seguido pero no quiso, o no pudo. Cuando terminé la novela me quedé con una sensación extraña, que ya me pasó con ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?: ¿por qué termina aquí? Quizá no tenía nada más añadir, y Dick se dedicó a otra cosa. Curioso.
Que gran novela, no me canso de releerla, esos personajes miserables con sus joyas de artesanía, sus coleccioenes de antigüedades, ...
ResponderEliminarSimplemente genial.
Qué ganas de leerlo, caramba... Una reseña interesantísima. A ver si un día de estos le echas un vistazo a 'Ubik', para ver qué pinas de él.
ResponderEliminarGracias, masmanuti. Una gran novela, efectivamente. Saludetes
ResponderEliminarGracias, Guillermo. En cuanto acabe el que tengo entre manos, que estoy tardando, me meteré con Ubik. Ya te contaré. :)
ResponderEliminarOye, y ya he cambiado "Comentarios recientes". Gracias, majete.
¡Ja, ja, ja!, así que el final de ha dejado en ascuas, ¿por qué será que siendo Dick no me extraña? Pues ahora continua con Ubik si, si, je, je,
ResponderEliminarEjem, bueno, en serio, si, por supuesto que hay que leer Ubik para conocer el origen de las obras en las que el protagonista se sumerge en un universo virtual, que solo existe en su mente, siendo Matrix la referencia más clara. Pero ya nos contarás, ya, whuahahahaha
Jope, Lino, para ser tan malvado como eres, no sé cómo no te gusta el terror. ¿Leerme Solaris y luego Ubik? ¿Qué será luego? ¿La silla eléctrica? ¿El programa de Wyoming? ¿El telediario de La Sexta? ¿Poner una foto de Rubalcaba en la cómoda de casa? Una vergüenza; incluso para el reino animal...
ResponderEliminarSaludetes
Ya está bien de meterse con los progres: 1)Los telediarios de la Sexta; son MUY imparciales, 2)Wyoming es un pofesional y yo no le veo ningún apego enfermizo al psoe y 3)Rubalcaba el bello; su parecido con Gargamel es pura coincidencia.
ResponderEliminar¡Si no te gusta la realidad móntate un blog de ciencia ficción!
He dicho.
(Ah, como siempre, muy buena la crítica de Dick)
Shoemaker: con tener dos hijas góticas, basta XD
ResponderEliminarSaludetes