sábado, 21 de marzo de 2009

WILLIAM GIBSON - Neuromante, 2005 (1984).


En mi carrera por leer lo mejor de la CF cometí un error: adentrarme en Neuromante. Había leído tan buenas críticas que todo me empujaba. Nada más y nada menos que tres de los más importantes premios de la novela de CF en 1985: Nébula, Hugo y Philip K. Dick. Es más, Gibson había iniciado con esta obra un nuevo estilo, el ciberpunk, que había marcado sobre todo la producción cinematográfica, como el caso de Matrix o Johnny Mnemonic. Una nueva estética marcada por lo negro, la ingeniera genética y la informática, en la que el futuro era desolador y no había otros mundos, sino éste.

Leí sobre el ciberpunk y su agotamiento como tendencia literaria. Aún así, y siempre dispuesto a seleccionar lo mejor, compré la novela de Gibson en FNAC. Qué emoción, y qué ingenuidad. Comencé la lectura con pasión, llevándomela a cualquier
sitio, incluso no me separé de ella en mi viaje a Ceuta. Sin embargo, la lectura me resultó desde el primer instante bastante pesada. Gibson mezclaba los términos informáticos de los ochenta con neologismos, todo ello envuelto en una historia propia de la novela negra que se alejaba de los parámetros de la CF. Es más, el protagonista, un hacker drogata, carecía de interés, al igual que los otros personajes que le rodean.

La importancia que se le da a esta novela es desmesurada. Ni el ambiente ni el tipo de personajes podían ser nuevos para un lector de los cómics de CF de los años setenta. Por ejemplo, los defensores de Neuromante han enmarcado la primera frase, esa que dice “El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto”. La creen emblemática porque describe en dos líneas el mundo tecnológico y caótico del futuro. A mi me parece un recurso lírico ingenioso, como tantos otros, pero nada más. Las primeras palabras de una novela deben ser atrayentes y descriptivas (esto la sabe todo escritor, e inconscientemente todo lector).

La legión de seguidores de Gibson encontró en la obra un revulsivo a un tipo de CF que creían agotado, que era el que implicaba vuelos espaciales y otros mundos y civilizaciones. Lo inquietante no era una invasión extraterrestre, o un salto en el universo hacia un planeta desconocido, o la soledad cósmica y la naturaleza del hombre, sino el desarrollo tecnológico y capitalista del mundo en el que vivimos. Además, Gibson supo enfocar su historia con elementos atractivos del momento: la informática (que parecía poderlo todo) y las drogas (vividas entonces como una prueba de rebeldía contra el stablishment). De hecho, la novela tuvo dos secuelas: Conde Zero (1986) y Mona lisa acelerada (1988).

Leída más de veinte años después de su publicación, la lectura se me hizo muy fatigosa. La cabeza se me iba a otro lado enseguida, no conseguía concentrarme, la historia no me atrapaba, no existía emoción. Parecía todo tan impostado, que la atmósfera se comía la trama. Tan mal me vi para terminar la novela que busqué en internet a gente que tampoco la hubiera soportado; y la encontré. Acabé dejándola en la página 152. Creo firmemente que no debemos perder el tiempo con aquellas cosas que, sin ser una obligación, no nos aportan nada. Una de estas era Neuromante. Un tropiezo en mi carrera lectora. Quizá algún día le dé una segunda oportunidad.

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