sábado, 28 de marzo de 2009

PIERRE BOULLÉ - El planeta de los simios, 1985 (1963).



¡Cuánto tiempo había deseado leer esta novela! ¿A quién no le gusta la película de Charlton Heston? El ritmo de la cinta es tan trepidante y el final tan espectacular que difícilmente se puede olvidar. Y pensando que en muchos casos, prácticamente en todos como dice el tópico, la novela supera a la película, busqué la obra de Pierre Boullé. No fue fácil, pues se había agotado rápidamente a pesar de que se editó en edición de bolsillo.

Una de las primeras cosas que me sorprendió fue que el autor era francés. Parecía el típico periodista de los años sesenta, imbuido de rechazo al sistema, a la guerra, a la generación anterior y repleto de sueños de paz, arco iris y flores, pero no era así. Se trataba de un luchador contra los nazis que pasó cuatro años en un campo de concentración japonés. Esta experiencia le sirvió para escribir El puente sobre el río Kwai. También me llamó la atención que no estaba entre los autores de CF, ni siquiera su obra El planeta de los simios. ¿Cómo era posible? No podía ser. Lo achaqué al purismo de ciertos críticos y nada más.


Encargué la novela en mi librería habitual. La librera se lo tomó con gran escepticismo: juraba que la editorial –que era la fusión de varias- ya no existía. Efectivamente, no lo consiguió. Lo busqué en la red. Nueva sorpresa. La editorial Planeta había publicado en 2007 una colección de libros de CF con los mejores títulos. Qué mala suerte. De todas maneras, el de Boullé no estaba entre ellos. Recurrí a iberlibro.com para encargar un ejemplar de una edición de Orbis, publicada en 1985. Tardó dos semanas en llegar, y encima a nombre de otra persona. En fin.

Abrí el paquete de correos y vi la portada más horrorosa que podía imaginar, cubriendo un conjunto de hojas amarillentas sobre las cuales bailaban diminutas letras. “Bueno –pensé- no es un libro para que lo vea la gente. Lo leeré en casa”. Sí, ya sé que puede parecer una estupidez, pero en la portada aparecía una foto de Heston con el torso desnudo. Mariconadas, las justas. Pero la novela me enganchó tanto desde la primera frase que me importó tres rábanos que el resto del género humano me viera sonriente con un libro en el que aparecía medio desnudo un artista de Hollywood. Me lo llevé a mi segundo viaje a Ceuta.

La novela era distinta a la película. La última sí respondía al miedo a la guerra nuclear, cuando en realidad la obra trata sobre la debilidad del hombre y su civilización. Boullé aborda las dos cuestiones centrales de la CF: la soledad y la normalidad. Pero se adentra en un tema crucial, que está en otras obras del género, y que es la degeneración de la humanidad; una degeneración no sólo en su fuerza, coherencia, cohesión y valores, sino en la capacidad para sobreponerse y superar los obstáculos. Hablamos de la extinción del mundo conocido. En realidad, y es algo en lo que no caemos con facilidad, somos aves de paso en una evolución que no se detiene.

Boullé, además, combina con acierto técnicas narrativas propias del relato de terror de la época romántica, estilo Poe. Es decir, que en realidad las cosas son lo que no parecen ser. El final está trufado de esas enormes sorpresas que al lector le hacen estremecer, y que le obligan a atar los nudos de otra manera. Los protagonistas, por último, están bien construidos y son creíbles. En definitiva, una gran novela que sirvió de base a una gran película que aborda temas interesantes pero distintos.

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