sábado, 6 de octubre de 2012

ROBERT A. HEINLEIN - Estrella doble (1956)



Mark Twain dio a la imprenta El príncipe y el mendigo en 1882, contando la historia de dos niños iguales, pero de condiciones sociales distintas, que intercambian los papeles sin que nadie aparentemente se dé cuenta. poco después, Anthony Hope escribió El prisionero de Zenda, en 1894, en la que un individuo común se ve en la necesidad de suplantar al rey para detener una conspiración política. Desde entonces hasta que Heinlein publicó Estrella doble, en 1956, se hicieron de esta novela hasta cinco versiones para el cine; la última en 1952, dirigida por Richard Thorpe y protagonizada por el repeinado Stewart Granger; esto es, cuatro años antes de que nuestro querido autor diera a la imprenta su novela. Recuerdo perfectamente la película; no en vano la echaron en la tele unas mil o dos mil veces cuando era un adolescente. Es más; en el
Instituto me mandaron leerla en inglés, y unos días antes de la entrega del comentario y sin haber si quiera buscado el libro, compré un ejemplar de la novela en español, de una de esas colecciones baratas de quiosco, y lo leí.


Y es que el celebérrimo autor de Tropas del espacio, Amos de títeres y tantas otras, cogió la historia de Hope y le dio un toque futurista. No es que esté mal, es que se nota. Heinlein reconstruyó el relato a su estilo: la política como elemento central, los personajes contundentes, las pequeñas ideas brillantes poblando el relato y las frases para recordar. 

El protagonista es un actor venido a menos, que aún se cree alguien, al que la mala situación económica empuja a aceptar un trabajo insólito: suplantar a un líder político. Al fondo tenemos la relación entre dos civilizaciones, la marciana y la humana, y dos partidos terráqueos con planteamientos muy distintos. Los paralelismos con la situación de la Guerra Fría aquí no encajan, ya que los marcianos aparecen con costumbres y formas propias de tribus africanas -según se pensaba en los años 50-, y principios, como el honor, propios de las culturas orientales. 


La trama es política, como en El prisionero de Zenda, y gira en torno a la supremacía de uno de los dos partidos que gobierna la Tierra: el Partido de la Humanidad, que desea la guerra con Marte, y el Partido Expansionista, que quiere la unión en libertad e igualdad para todos, frente a los otros que piensan que el hombre debe estar por encima del marciano. Bonforte es el líder expansionista al que el actor, Lorenzo, debe sustituir porque es secuestrado por los "Activistas", un grupo terrorista vinculado al Partido de la Humanidad. Bonforte es un anciano que tras sufrir el maltrato de los secuestradores acaba muriendo, con lo que Lorenzo se ve interpretando el papel de su vida. 


El libro, como decía, está repleto de ideas curiosas -como los apartamentos que funcionan con monedas, algo que aparece en Ubik, de Dick-, y de frases para recordar: "Con tiempo y papel suficiente un filósofo puede demostrar cualquier cosa", o "El pueblo admite cierta cantidad de reformas y luego quiere descansar". Los personajes, por otro lado, son los típicos de los años 50, sólidos y unidireccionales, con escenas memorables, como la adopción de Bonforte por el nido marciano, o el encuentro con el Emperador -un holandés muy gracioso-. Sin embargo, la novela no ha envejecido bien: es previsible y le falta ya hoy originalidad. Lo mejor sigue siendo la habilidad narrativa de Heinlein.  

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